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Es complicado contar algo de uno mismo sin desconfiar de lo que cuentas. No es que todos llevemos un embustero en el paladar que modula nuestras historias a su antojo, sino que cuesta diferenciar lo que pasó y lo que deseamos que pasara cuando recordamos. ... Estos días lo estamos viendo, todos tenemos un relato acerca de lo que ha sucedido hasta llegar a la investidura de Pedro Sánchez como presidente, me pregunto cómo recordaremos en el futuro esta crispada situación y cómo influirá en nuestra democracia de mañana.
Hoy es un buen día para preguntarnos por los apegos que tenemos a ciertas historias, y no porque sea 20 de noviembre, fecha importante para ciertas almas que estos días ejercen libremente su derecho a protestar pidiendo que regresen los tiempos en los que dichos derechos se penaban con la cárcel o algo peor, sino porque la actualidad nos ha vuelto a demostrar que la memoria y la nostalgia son dos conceptos que es necesario diferenciar. La memoria es nuestra identidad, la mezcla de lo que hemos vivido y lo que nos contamos, es donde está el porqué de nuestros actos, el aprendizaje de nuestros principios; la nostalgia, en cambio, es un sentimiento que te impide avanzar, como esas correas extensibles de los perros que corren sin ser conscientes de estar atados hasta que el tirón del collar los deja clavados.
Hay belleza en la nostalgia, es un sentimiento noble y honesto que puede sacar de ti una verdad profunda, pero no lo confundamos con el acervo de la memoria donde habita nuestro conocimiento de quiénes somos y cómo es la realidad que nos rodea, donde tenemos las razones para argumentar y dialogar frente a la peligrosa distinción de vencedores y vencidos. No lo confundamos porque en nombre de la memoria y sus apegos nos estamos colocando collares que nos atan a miedos, a silencios, a bandos y a ideas, y así, atados, solo ladramos.
Ahora que nos va a tocar convivir con el Congreso más fragmentado de la historia, con tantas sensibilidades y periferias representadas en los 179 diputados de ocho partidos que suman 12,6 millones de votantes, me pregunto qué pensaremos el día de mañana, cuando recordemos que hubo una Ley de Amnistía que hizo del perdón algo canjeable como si fuera un cupón con fecha de caducidad, mientras afuera, entre amenazas a algunos periodistas, una esvástica aparecía pintada en el escaparate de la librería Alberti de Madrid, y a los homosexuales se les deseaba la muerte a gritos desde la calle, con los móviles grabando. No sé qué echaremos de menos de estos días, pero la nostalgia no puede fundamentar nuestra memoria de mañana.
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