Urgente Un incendio en un bloque de viviendas desata la alarma en Basauri

Cuando enciendo una luz, soy consciente de lo que la tecnología nos ha quitado. En las calles iluminadas con aceite de ballena del siglo XIX, había ciudadanos cuyo trabajo consistía en prender el fuego por las noches a cada farola. La llegada de la luz ... eléctrica no solo les quitó el pan a esos serenos luminarios, sino también a los marineros que dieron a Herman Melville la materia viva de su obra. Pienso en Moby Dick cada vez que la tecnología nos quita algo, qué sé yo, como copiar los códices, frotar ropa en el lavadero, arar la tierra después de rastillar el abono, viajar en carros de caballos. En todo ello, la tecnología nos ha facilitado la vida quitándonos siempre lo mismo: la lentitud. Y qué maravilla. Pero no puedo evitar preguntarme cómo sería nuestro presente si no nos hubiera quitado la lentitud también en la escritura de nuestros mensajes.

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No sé cuánto tardó en escribir su carta el presidente del Gobierno, pero en redactarla diría que llevamos desde finales del siglo XX, cuando estrenamos esta democracia. Como con el correo postal pretérito, su carta salió hace cinco días y este lunes estamos todos mirando el buzón. ¿Se acuerdan de cuando hacíamos eso, ir a una tienda, comprar un sello, lanzar el sobre y después mirar por la rendija esperando que hubiera una respuesta, ese algo que diera consecución a lo que en nuestra cabeza tenía entidad, forma y tono? Esperar una carta era quedarse con la boca abierta, la lengua en el paladar, los labios abiertos, y esperar así, con ese gesto perpetuo, inquietos, como idos. Hasta que llegaba. ¿Con qué cara leeremos hoy la carta de Pedro Sánchez?

En estos cinco días ha habido tantas manifestaciones de apoyo a calzón quitado como críticas hacia la infantilización de la política que supone ese gesto. Yo prefiero pensar que esa carta nos ha dado cinco días para escribir de nuestro puño y letra nuestra propia respuesta, como hicieron Napoleón con Josefina, Pardo Bazán y Pérez Galdós, Brahms con Clara Schumann. ¿Qué amamos, sino unas instituciones que no parezca que han inhalado opio por la mañana y eucalipto para la congestión nasal por la tarde; amamos una confrontación ideológica donde la discrepancia encuentre algún lugar donde encontrarse, rozarse, respetarse incluso, o amamos al adversario tanto como para citarlo al alba? ¿Amamos los titulares que no juzgan sino que muestran; amamos no amar; amamos la confusión de sentirnos interpelados por una ideología que no es la nuestra, como cuando te atrae una persona inapropiada? A veces hay que elegir entre el aceite de ballena o la luz eléctrica, elijan con qué quieren iluminar su mesa cuando se sienten a escribir este lunes.

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