Las palabras 'turismofobia' y 'sobreturismo' se expandieron a partir de 2015 como algas invasoras por todos los idiomas occidentales (y supongo que por muchos otros). Un caso de 'sovraturismo' archicélebre es, por supuesto, Venecia, pero no son pocos los lugares que reciben 'demasiados' turistas. ¿Cuántos ... son demasiados? Pues el número que cause una presión insostenible sobre los recursos, daños en el patrimonio, pérdida de calidad de vida para la población local y empobrecimiento de esta. ¿Pero el turismo no genera riqueza? Ese es uno de los problemas del 'overtourism': la riqueza generada no se distribuye, los salarios no aumentan; aumentan los precios, y el de la vivienda sube a posiciones estratosféricas. La población nativa ve que la causa de esto es la turistificación (otro neologismo) de la ciudad, región o isla en la que vive, y le entra una turismofobia rabiosa, con excepción de aquellos que son inmunes a la misma, los cuales tampoco estarán precisamente a favor del turismo masivo.

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Turismofobia se suele emplear como sinónimo de un odio injustificado hacia los turistas. Pero fobia no quiere decir odio, sino miedo. En general, suele tratarse de un rechazo que arraiga en causas objetivas, visibles y cuantificables. Lo bueno en exceso suele ser malo y si el exceso es mucho será malísimo. Hace un mes, las autoridades de la isla griega de Santorini pidieron a los residentes que no salieran de sus casas debido a una portentosa inundación turística. Y es que las islas son especialmente sensibles a estas cosas. En Ibiza, más de 1.000 residentes (no turistas) viven en caravanas, lo único que pueden permitirse. En Canarias, según un informe de las universidades de La Laguna y de Las Palmas, la gravedad de los problemas no se debe tanto al número de visitantes como a la mala gestión de las visitas. Son ya 21 los países y 150 las ciudades europeas que aplican tasas al turismo. España tiene la costumbre de ser el número dos en el ranking mundial de los que más turistas reciben cada año (el primero es Francia, donde hay 'sourturisme' y 'tourismophobie'). Ahora que la temporada superturística llega a su fin, las cifras exorbitantes hacen noticia (11 millones de turistas solo en julio) y se leen como si fueran un triunfo equivalente a la llegada del hombre a la luna. Todo lo que hay en ellas y a su alrededor, sin embargo, es complejo y ambivalente.

Ya no es posible dejar que el turismo crezca de cualquier modo (bueno no fue nunca). Las comunidades que están en la fase de desarrollo de su industria turística (como Euskadi) tienen una gran oportunidad para aprender de la experiencia ajena, no repetir errores, planificar, combatir los efectos indeseables y, si hace falta, poner límites.

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