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En la novela de Bohumil Hrabal 'Trenes rigurosamente vigilados' una capa de vigilancia extra, opresiva, dañina se añade a la vigilancia minuciosa, habitual, que requieren los sistemas ferroviarios. La que ejercen los profesionales de Adif evitó una tragedia el sábado último entre las estaciones madrileñas ... de Atocha y Chamartín. Hubo un descarrilamiento. Lo que parecía un accidente aparatoso produjo un caos que afectó a muchos viajeros. El ministro Puente comprobó, una vez más, que en su circo los enanos crecen, la mujer barbuda ya no padece hirsutismo y los trapecistas no pueden salir a la pista sin red porque caen como piedras en vez de volar como pájaros.
Todo era muy llamativo y un tanto misterioso y, con el tiempo, la historia crecía y llegó a convertirse en el guion de una de esas películas que tan bien hacen (o hacían) los americanos, esas en las que se ve cómo se acumulan los errores hasta desencadenar el imprevisto, el riesgo, la amenaza. A lo cual sigue el conocimiento del desastre en marcha y las medidas que se toman para detenerlo. La película resultante, en este caso, no sería tan espectacular como 'Unstoppable', pero bastaría para ponernos los nervios de punta. Finalmente supimos que el descarrilamiento fue intencionado y previno una tragedia que se acercaba a sí misma por la vía en la que el tren sin control corría hacia un tren de pasajeros. Un audio filtrado corrió como la pólvora, hubo entrevistas, declaraciones, y salió al ring el ministro Puente, con frecuencia denostado pero siempre deseado por los medios.
El ferrocarril, un símbolo de la era industrial, corre por la imaginación colectiva y por la literatura, y Stephan Grabinski escribió unos relatos sobre trenes siniestros y maravillosos (tanto los relatos como sus trenes). La música 'country' y otros géneros populares americanos están llenos de trenes, como las canciones de Tom Waits, y toda la fuerza lírica, épica, imaginativa y visual que tienen en el cine o en los libros viene de los convoyes reales, que pueden ser y han sido hermosos y terribles: crueles como 'la Bestia' mexicana, lujosos como el Orient Express, míticos como el Transiberiano, abominables como los del Holocausto. Pero los trenes son, sobre todo, la vida corriente con sus horarios y sus pejigueras, con miles, millones de pasajeros cuya seguridad depende de los ferroviarios. Al parecer, en España, en las últimas décadas, se ha invertido en trenes, pero no tanto en la red, que tiene auténticos cuellos de botella, ni en los ferroviarios, que cada vez son menos. «Está todo subcontratado con empresas que no tienen profesionales como puede tener Adif», ha dicho Pablo San José, coordinador de talleres de CGT. Da miedo. Más miedo que los trenes siniestros de Grabinski o del mismísimo H. P. Lovecraft.
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