Cristina Fallarás tiene un canal de Instagram para que las mujeres «se narren a sí mismas». De un tiempo a esta parte, las facciones políticas no solo luchan por imponer su relato, sino que hablan mucho del relato. Hoy, 30 de octubre de 2024, todo ... el mundo ha escrito sobre el 'caso Errejón'. Ayer, F. L. Chivite escribía una columna, en la que no citaba a Errejón, donde nos recordaba que el poder es una droga. Y luego nos recordaba que la cocaína también es una droga. Es verdad que en 2021 se encontraron trazas de cocaína en todos los baños del Parlamento de Westminster, menos uno, y que la noticia originó muchos memes. Sin embargo, este tema de la cocaína y el poder no va a llenar una de esas aburridas tertulias en que se le da vueltas a un asunto repitiendo argumentos, posiciones, obviedades y sofismas. El argumentario y el relato lo son todo en política.

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Cuando se habla de un caso como el 'caso Errejón', la mayoría de los comentarios, opiniones, condenas se organizan (presuntamente) en torno a los hechos en sí, pero los hechos en sí son algo que nunca podemos conocer, pues solo podemos conocerlos en el relato. El relato, la explicación y la hipótesis tienen más enjundia cuando tratan de acercarse a la realidad, y no de crear la realidad basándose en los mandamientos que emanan de una ideología. Winston Smith, el protagonista de la novela '1984' de Orwell, trabajaba, ya saben, en el 'Ministerio de la Verdad'. La gente escucha el relato de los hechos del 'caso Errejón' (casi siempre aderezado con muchos adjetivos) y trata de juzgar eso mismo, los hechos. Íñigo Errejón compuso aquel comunicado en el que intentaba explicarlos, domarlos, meterlos en un relato donde las estructuras lo son todo y el individuo es algo que deriva de dichas estructuras, a veces en forma de «subjetividad tóxica».

En este punto de la realidad y en otros, queremos saber, creemos saber, pero hay que mirar también con cuidado la narrativa, la teoría literaria y hasta las señales del Ministerio de la Verdad, que no es uno, sino varios. Los relatos se hacen con elementos convencionales. La realidad misma parece usar estructuras culturales como la justicia poética. El relato no solo narra, hace otras cosas: divide, une, señala, persigue, condena, destruye, canoniza. Hay esquemas rígidos que no cuentan lo que pasa, sino lo que debería pasar (o debería haber pasado) según un canon que aporta las unidades de combinación y las reglas combinatorias. Quien controla el relato, quien aporta los conceptos, los actores y la sintaxis, tiene poder; y es el poder, de un tipo o de otro, de un signo o de otro signo, el que produce los relatos de más éxito, ya que tiene los medios para que mucha gente adopte, defienda y se identifique con una determinada forma de contar el mundo.

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