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Queridos actores pobres, que sois la mayoría de los actores (tres de cada cuatro según explicaba este diario hace unos días y, por supuesto, más mujeres que hombres): ya os habrán informado las almas caritativas y los divulgadores de opiniones oficiales (y oficiosamente preponderantes) que ... sois pobres porque queréis, porque os da la gana. Queréis vivir del cuento. Además, sois unos «subvencionados» y unos derrochadores. El trabajo de actor es duro, pero algunas personas ni lo consideran trabajo. Y como recordaba el actor Alex Furundarena, si hablamos de subvenciones las grandes subvencionadas son las grandes empresas, donde todo sucede a lo grande. Los subsidios a los combustibles fósiles son bien conocidos, o deberían serlo, y los contratos públicos alimentan diversas industrias y sectores (y no señalo a nadie). Ahora bien, creer que os lo habéis buscado produce un regocijo maligno en quienes no comparten vuestra suerte. Ese regocijo tiene otra cara: todo lo que aleja de vosotros a quienes os condenan; es decir, su sueldo, sus propiedades, su seguridad, sus ahorros o sus inversiones… Todo lo tienen porque lo merecen. Han elegido bien. Se lo han ganado.
Robert Sapolsky, doctor en neuroendocrinología, no opina, sin embargo, como estas buenas gentes. En sus libros explica que el libre albedrío no existe. Y si lo pensamos un poco, figurarse que cada individuo es un ser dotado de esa entelequia y que toma sus decisiones consciente, racionalmente, con absoluta libertad, convierte al ser humano en una entelequia aún mayor, una verdadera criatura fantástica. Esta idea, sin embargo, ha surgido por alguna razón en las sociedades humanas y sustenta nuestra forma de organizarnos y comportarnos, donde las nociones de responsabilidad y mérito son claves. Por eso también dice Sapolsky que si todo el mundo entendiera que no somos dueños de nuestras acciones, el mundo se derrumbaría.
Es verdad que tomamos decisiones. En gran medida somos eso: algo que toma decisiones. Y somos conscientes de ellas, pero consciencia y libertad no son la misma cosa. El libre albedrío es para muchos un artículo de fe, y sin embargo, ahora que la informática permite manejar cantidades ingentes de datos, la ciencia va sentando los fundamentos de la demostración definitiva. Sapolsky tiene razón. Así que, queridos actores pobres, no tenéis la culpa de ser actores ni de ser pobres. Sois, como todo el mundo, el resultado de la biología que moldeó vuestro cerebro (y todo lo demás), del entorno con el que habéis interactuado, de vuestras experiencias infantiles y de la educación que habéis recibido. Y si alguien no puede aceptarlo es por eso: porque no puede. Algo condiciona su elección tanto como la mía.
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