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En un país que invita a la gente a 'perseguir sus sueños', el sueño de algunos es matar al presidente. O al candidato. O al candidato a candidato. En ese país hay más armas de fuego que habitantes, y el individuo 'especial' que decide cumplir ... su sueño 'especial' solo tiene que tomar su rifle (o el de su padre) y salir a enfrentarse con su destino.
¿Sabremos alguna vez por qué Thomas Mathew Crooks quiso matar a Donald Trump una tarde luminosa de julio en Pensilvania? Los cadáveres, aunque les cuentan muchos secretos a los forenses, jamás les han susurrado al oído una sola palabra. En la tragedia del sábado (poca cosa comparada con lo de Gaza) Trump obtuvo una victoria, cortesía del azar. Los perdedores fueron los heridos y los muertos, uno de ellos el atacante. A día de hoy, este sigue siendo un enigma, como sus motivos, pues no se encuentran por ningún lado los de tipo ideológico. Lo que sí abunda en internet son videos de falsos Crooks diciendo lo que otros querrían que hubiera dicho.
El odio y el fanatismo se suelen dar la mano para encender (con las dos manos libres) el fuego de la violencia. Pero sus compañeros de estudios describen a Crooks como decididamente conservador (de hecho, estaba inscrito para votar como republicano). Otros testigos aseguran que era un chaval tranquilo y amable, o muy inteligente y bastante rarito. Hay también testimonios de que no era muy popular, a menudo estaba solo y sufría 'bullying'. El caso es que Trump y él son los dos grandes protagonistas de los sucesos de Butler.
Trump ha salido mucho mejor parado que Ronald Reagan cuando dispararon contra él en 1981. El agresor fue John Hinckley, un tipo obsesionado con Jodie Foster y la película 'Taxi Driver'. Hinckley terminó en un psiquiátrico. ¿Habría terminado así T. M. Crooks? Ahora está muerto, y todo el mundo dice que Trump ya ha ganado las elecciones. La gente coreaba «USA, USA» cuando lo vieron en pie, puño en alto, pero fue América la que estuvo a punto de acabar con su vida. Según una pujante hueste de indicios, América tiene una factoría para la producción de individuos aislados, maltratados, desesperados que acaban por llenarse de un odio silencioso, de una furia secreta. Como muchos de ellos, como una buena parte de sus compatriotas, Thomas Mathew Crooks era un amante de las armas al que solo le faltaba hacerse miembro de la asociación del rifle.
Un excondiscípulo ha explicado el asunto del acoso y ha dicho que no pretende hacer responsables a los abusones de lo que pasó el día 13 (número fatídico). No sé si son responsables, pero ellos contribuyeron, y muy activamente, a hacer de Crooks lo que Crooks era cuando apretó el gatillo ocho veces, una tarde de julio, bajo el cielo azul de Pensilvania.
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