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Hay personas convencidas de que «Trump lo arreglará todo», pero este terreno no es el de la política, sino el de la magia. Mucha gente prefiere la magia a la política, ya que no tiene límites, no necesita estudio, no exige esfuerzo y descarga toda ... responsabilidad en el mago, al tiempo que le concede todo el poder, lo cual parece buena idea, puesto que el mago tiene poderes. La política obedece al principio de realidad; la magia, al principio del placer. No es que todos los estadounidenses vayan detrás de Donald Trump como si fuera el flautista de Hamelin, pero eso no importa, ya que Trump, o sea el Mago, ha tomado su pírrica victoria en la urnas y la ha convertido en la imagen de un país que se va uniendo en torno a su persona camino de un destino luminoso.
Tienen los autócratas una gran tendencia a creer en (o al menos afirmar) el origen divino de su poder. Adoran la fuerza mágica, legitimadora, de las religiones, pero no se comprometen mucho con sus exigencias éticas. Muy pronto el sistema estadounidense basculará otra vez del lado de la autocracia, solo que ahora, con la experiencia del mandato previo, Trump y sus equipo están en mejores condiciones para intentar rebasar las barreras que el sistema mismo les opone. Si Dios salvó a Trump porque tenía para él la misión de ser el salvador de su pueblo, la democracia liberal se verá debilitada en la medida en que el presidente tenga fieles en vez de contar con el voto de simples ciudadanos.
La religión, en cuanto magia, trata de influir sobre la realidad mediante hechizos llamados oraciones. El discurso de investidura de Trump ha sido una muestra de política MAGA (Make America Great Again): su palabra es poder, pues define la realidad, la inaugura en cada frase, le da forma. No importa que Trump no haya construido el muro si dice que lo ha hecho. Muchos lo creerán. Una Edad de Oro comienza en EE UU porque Trump lo dice. Algunos sabemos que este hombre no es un mago, en el sentido de que su mera voluntad no actúa sobre el mundo, sino un ilusionista, pues actúa sobre la mente de quienes se someten a su hechizo. Y en esta ceremonia de investidura ha respetado el protocolo más que en la primera, reclamando para sí la magia del rito tradicional, pero añadiéndole el espectáculo de la firma de los primeros decretos, el espectáculo de su poder en acción. No importa si alguno de ellos es inconstitucional y no tiene visos de llegar a buen puerto. Lo que importa es la ceremonia oficiada y la promesa cumplida con el poder de su firma y, por qué no, con unos pases de ilusionismo.
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