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Se ha comparado el número de estrellas de nuestra galaxia con el número de neuronas del cerebro humano. Y no, no es el mismo. Un cerebro humano puede contener hasta 69.000 neuronas, y la Vía Láctea contiene al menos 200.000 estrellas. Hace años ( ... bastantes ya) se hizo famoso un estudio de Franco Vazza, astrofísico, y Alberto Feletti, neurocirujano, que encontraron una similitud notable entre la estructura del Universo y la del cerebro, indicando que la evolución de ambos posiblemente responde a leyes físicas compartidas. Compartimos realidad con las galaxias, pero nuestro cerebro, tan parecido a ellas según Feletti y Vazza, apenas puede concebirlas. Son demasiado grandes, invisibles en razón de su vastedad. Son un ejemplo de lo que comprendemos racionalmente pero no podemos entender emocionalmente (las emociones son también una forma de entender, la forma básica de conectar con el mundo).
La doctora Alison Montagrin no estudia las galaxias: trabaja en el departamento de neurociencias de la Universidad de Génova. Y hace seis años participó en un estudio para ver cómo se comportan las distintas áreas del cerebro cuando toman decisiones, es decir, cuando han de identificar y priorizar objetivos. Hace poco, en una entrevista, la doctora Montagrin ha explicado que el cerebro da prioridad a las metas del presente. Hay un cerebro racional que sabe lo que son las galaxias y que imagina el futuro, y un cerebro emocional que condiciona nuestras decisiones y que no sabe nada del futuro ni de las galaxias. Quizás por eso el futuro nos suele pillar con el pie cambiado, sobre todo cuando se trata de cuestiones demasiado grandes.
La naturaleza nos ha dotado de este órgano complejo que nos sirve para orientarnos en la realidad, pero no nos ha dado un libro de instrucciones. Neurólogos, biólogos, psicólogos van encontrando pistas que les dicen por qué las viejas técnicas importadas de Oriente son tan útiles (Blas de Otero fue a China para «orientarse un poco», pero no se «orientó» meditando). Saber estar en el presente, al parecer, hace posible que nuestra mente se relacione bien con el pasado y con el porvenir.
Debería ser obligatorio para cualquiera que tome decisiones que afectan a muchos acudir a clases de 'mindfulness', como se dice ahora, pero tampoco podemos esperar milagros. La verdad es que hay políticos (lo comprobamos diariamente) incapaces de ver más allá de sus narices. Y eso no sería peligroso si estuvieran en su casa haciendo calceta, pero hay quien decide el futuro de un país mientras piensa día y noche en cómo mantenerse atornillado a la poltrona o, como hacía Donald Trump, en cómo darles un empujoncito a sus negocios.
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