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Votar en las elecciones municipales, autonómicas, las que sea, es un poco como votar en Eurovisión, pero con muchos más datos, con muchos más votos y con muchos menos candidatos. Menos candidatos porque son los partidos los que se presentan a las elecciones, y las listas de seres humanos con nombre y apellidos que figuran en las papeletas representan un acto de cortesía hacia los ciudadanos, un modo de informarles sobre los resultados de la elección previa en la que ellos no han intervenido. Yo creo que podrían poner como cabeza de lista a una inteligencia artificial y los resultados serían los mismos.
En Eurovisión hay diferentes categorías de votos, pero todos los electores deciden en base al espectáculo, más o menos como en las elecciones políticas. Hay tensión, incluso emoción, mientras se emiten y recuentan los puntos: en el concurso de cosas cantables, porque las personas nos tomamos los juegos muy en serio; en el otro caso, porque para el votante suele ser peor aún que ganen aquellos a que ganen estos. Tú votas y ellos ganan. Ganan los partidos; ganan las elecciones o ganan algo, un poder de decisión, la llave del Gobierno…
Muchas personas no votan porque consideran que no tienen nada que ganar y muchas personas votan porque tienen algo que perder. Puedes votar en Eurovisión, participar, seguir el proceso como si realmente ahí se dirimiera algo importante, pero luego tú vuelves a tu vida y los concursantes a la suya, que tiene lugar en una esfera diferente. Así también durante la fiesta de la democracia el votante medio pasea hasta el colegio electoral, va a tomar algo con la familia y los amigos, y luego sigue las noticias por televisión desde su vida anónima donde el antes y el después no se distinguen. Hoy vota y mañana vuelve a la irrelevancia de ayer.
Entretanto, los políticos señalados por el dedo del destino vuelven o van a su vida de gestores y gobernantes. Alrededor hay esferas económico-sociales muy activas que se benefician de su sombra dinámica. Ahí también, como en los engranajes de las instituciones y en las salas de reuniones, fluye otra vez la fuerza el día después (de ahí la expresión «que la fuerza te acompañe»). Los barrios con menos renta per cápita son los más abstencionistas, y la abstención es siempre el partido que gana las elecciones, pero nadie habla de él. Conversaciones y noticias tratan de los perdedores, que a veces lo pierden todo y, sobre todo, atienden a la clase política ratificada o elevada a las esferas del mando, y a los cuadros de los partidos, sus dirigentes y sus jerarquías, complejas y misteriosas como las jerarquías angélicas. Después de las elecciones no suele cambiar apenas nada, pero mucha gente vota por eso. Ya saben: «Virgencita, que me quede como estoy».
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