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Alguien en Wallapop ha pedido 1.000 euros por un cromo de Rubiales. Lo sé porque lo leí en EL CORREO este lunes. Lo que no sé es si alguien habrá pagado los 1.000 euros. Yo no lo haría. El cromo tiene su mérito: ... está en perfecto estado, es de la temporada 2004-2005, Rubiales luce los colores del Levante U.D. y ¡su cabeza aparece cubierta de pelo! Esto último encarece el pequeño rectángulo impreso, no sabemos en qué proporción.
Es muy valioso este cromo, sí. También los tulipanes en Holanda en el siglo XVII, cuando la especulación los convirtió en algo muy, muy caro que de pronto dejó de serlo llevando a la ruina a quienes habían invertido en ellos más de lo razonable. El caso de los tulipanes holandeses ha entrado en la cultura popular por culpa de las criptomonedas. No han sido pocos los economistas que han hecho la comparación. En cuanto al precio desorbitado de los cromos de Rubiales, es de suponer que dure tanto como la bola de nieve que aún rueda y crece, pero que algún día se derretirá. No sabemos cuándo.
Aquí hay muchas cosas que no sabemos, aunque pertenezcan a la esfera de lo humano, y no a los infinitos secretos del Cosmos. Después de todo, si nos alejamos lo suficiente, la Humanidad aparece también como uno de los secretos del Universo, no menos incomprensible porque formemos parte de ella y participemos en los fenómenos que provoca, desde el cambio climático al escándalo de Rubiales. Todo el mundo ha escrito y habla sobre la cosa esta, que empezó con un pequeño repertorio de malos modales exhibidos en el lugar menos oportuno y un beso sospechoso de su poco de abuso de poder y su tanto de machismo. El beso de las narices podría parecer más ofensivo en una foto fija que en un video, donde se aprecia su duración y su profundidad, que es ninguna. Cosas como este beso tienen un significado u otro según los códigos culturales que se apliquen, y no sé si en el ambiente futbolístico, donde los jugadores celebran las victorias de un modo ardorosamente efusivo, es algo que llame mucho la atención.
Pero ya los jugadores de la selección masculina se han percatado de lo nefando del beso y han hecho las declaraciones oportunas. El beso ha perdido toda ambigüedad y se ha convertido en un símbolo unívoco. Es un cromo en el territorio de las ideas (la noosfera), una imagen multiplicada en la videosfera, un fenómeno sociológico, político, un señuelo, la punta iluminada de un iceberg donde casi todo lo que sucede está oculto, sumergido, a oscuras.
Ya casi no se habla de lo que hicieron las jugadoras españolas en el terreno de juego, ni de las otras cosas que hizo Rubiales en su paroxismo celebratorio, ni de todas las otras cosas que hizo Rubiales. Solo queda el beso, al que se le ha asignado un significado y un valor.
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