Es raro que en España la palabra 'chalet' signifique casi lo contrario que en francés, y ciertamente lo contrario de lo que es un chalet suizo. A principio de siglo XX todavía conservaba a este lado de los Pirineos su sentido de casa rural, o, ... al menos, casa de campo. El chalet suizo era una edificación rústica, como la masía catalana o el caserío vasco. El chalet francés es una ilusión: la casa en el campo que conserva el tejado a dos aguas para descargar la nieve, siendo ya una «habitation de plaisance de même silouette, en matériaux rustiques», según el Larousse. Pero al irse ampliando más sus poderes, la palabra comenzó a nombrar cosas como el chalet Fontecha de Albacete o el chalet Allende de Bilbao, que antes se habrían llamado 'villas' u 'hotelitos'. El chalet podía ya ser casi todo, hasta un pequeño palacio, aunque no pudiera ser un gran palacio, pues los poderes del término habían de tener algún límite: «edificio de una o pocas plantas, con jardín, destinado especialmente a vivienda unifamiliar», acota el Diccionario de la Real.

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La multiforme y portentosa evolución del chalé hispánico ganó impulso en la década hortera y desarrollista, los años 70 del siglo pasado. Y la energía adquirida, en parte por su gran aura 'aspiracional', siguió luego impulsando nuevas modas, nuevos estilos, operaciones inmobiliarias y pelotazos inconmensurables. Chalet ha sido la humilde casita adosada con jardín y la ostentosa residencia del narco, con su torre almenada o gótica. El mismo nombre sirve para la villa neorural o el casoplón del futbolista. En la realidad de los que se enriquecen, el chalet se hace chaletón, la vivienda 'unifamiliar' se llena de cuartos de invitados y exhibe el triunfo como arquitectura contemporánea o modelo disneylándico.

Ah, el chalé… Ese elemento de la cultura y la incultura material… Ese sueño, ese símbolo… Claro, lo inmaterial y lo material siempre están unidos. Y todo esto se me ha ido juntando en la cabeza tras leer que el hijo del exministro Ábalos se compró un chalet cuando contaba 24 añitos. Un chalet de medio kilo. Los chalets, si hablaran, nos podrían contar grandes cosas (también cosas mezquinas). De hecho, mudos como son, las cuentan. Ya que España padece un problema de corrupción estructural, y la gente lo sabe, cada chalet de un político o del hijo, la mujer, el sobrino, el cuñado de un político, es una sospecha. Y lo malo es que, tal como están las cosas, y por mero cálculo de probabilidades, algunos de ellos han de ser indicios durmientes atados a un hilo oculto que, de ser hallado, se podría seguir, como sigue la UCO los hilos y las tapaderas del chalet de La Pobla de Vallvona. ¿Cuántos más casos habrá en los que siguiendo, siguiendo el hilo, llegaríamos también a donde todos sabemos?

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