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Hemos entrado en el nuevo año y la que se llamó no hace mucho «nueva política» sigue diluyéndose como los años muertos. Desde hace unos 40, tenemos unos ciclos políticos desesperantemente similares, que impulsan la alternancia a corto plazo. A largo plazo la erosionan. Se ... inauguran cada vez que los dos principales partidos se alternan en el poder. La gente vota «al otro partido» porque ya no aguanta más las arbitrariedades y corruptelas del partido gobernante, la inoperancia del gobierno y más. Entonces el espectáculo empieza de nuevo, con nuevos actores y fanfarrias nuevas.
Al de un tiempo, estamos en las mismas: amplios grupos de población descontentos o desesperados por la mezquindad, la torpeza o la crueldad de las políticas que les atañen, problemas crónicos que no mejoran, y tramas de corrupción tan apabullantes y extensas que ocupan un constante primer plano. Sería muy aburrido si no fuera porque lo que hace el Gobierno y lo que aprueba el Parlamento afecta a la vida de las personas, y afecta mucho a su estado de ánimo. No es de extrañar que las enfermedades mentales estén al alza.
Además, cada etapa de gobierno tiene un tono diferente. Varían por sus matices y sus actores, lo que pasa en el mundo, las personalidades vigentes y los personajes pululantes. Los partidos que llegaron para cambiarlo todo no han cambiado mucho, aunque aportaron caras nuevas que ya no lo son, culebras y culebrones propios, y algunos juegos que no estaban en el esquema original del bipartidismo. Sin embargo, la democracia española y la democracia en general, una vez perdido todo glamour, sigue perdiendo votos por la vía de la abstención, el voto en blanco y el voto antisistema.
Decimos «política» y la gente no piensa en principios, ideas, acciones de gobierno y planes; lo que le viene a la cabeza son esas personas que se tiran los trastos a la cabeza ante las cámaras y se acusan mutuamente de cobrar comisiones, colonizar las instituciones o funcionar como agencias de empleo para allegados y conocidos. Ya dice Álvaro Pombo que eso no es política, es politiqueo. Parece que el politiqueo se hubiera comido la política.
Por eso, mientras los emisarios de la oposición intentan desgastar al Gobierno al grito de «¡qué escándalo!, ¡aquí se juega!», aparece la posibilidad de ver a los contendientes haciendo política de vivienda y no nos lo creemos. De momento, el Ejecutivo y el mayor partido de la oposición (que en muchas comunidades autónomas es Gobierno) han expuesto sus medidas contrapuestas en vez de limitarse a atacar al contrario. Ahora falta que las pongan en práctica. Veremos, dijo un ciego y nunca vio. Qué amargos son algunos refranes.
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