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Afrontamos nuestro segundo estado de alarma de este año -el tercero para los madrileños- sin terminar de tener del todo claro que la medida, de cuya necesidad pocos pueden dudar viendo la pendiente pavorosa de la curva de contagios en toda Europa, va a contar ... con el consenso que exigen una medida de este calibre y la situación que la propicia. Apenas ha aterrizado en el BOE el decreto y ya tenemos la primera polémica, sobre la duración de la prórroga que para dentro de dos semanas debe acordar el Congreso. Sobre la mesa, los seis meses propuestos por el Gobierno y las ocho semanas que ofrece la oposición.
Se pregunta uno si sería mucho pedirles que en los días que quedan hasta el debate parlamentario los dos partidos con mayor representación, PP y PSOE, sumando a la conversación a Ciudadanos y a Unidas Podemos, negociaran y acordaran un plazo, pongamos a medio camino, que saliera adelante con el respaldo abrumador de la Cámara. Puestos a alarmarnos, hay maneras y maneras, y a estas alturas de la pandemia sabemos cuánto agrava la incertidumbre y la crispación que se discuta continuamente sobre la forma de gestionarla. No debería ser demasiado difícil, si todos están preocupados por la salud de los ciudadanos y el bienestar del país, sentarse juntos a escuchar lo que dicen los expertos y acordar algo que parezca sensato.
Por desgracia, la experiencia acumulada en estos meses nos invita a esperar lo peor. Otro debate bronco en el que unos y otros se señalen recíprocamente como enemigos del pueblo y de su salud o su riqueza, si no como dilapidadores o genocidas. Y al final una mayoría que respalde lo que sea que pueda votarse en medio de la discordia y a seguir tirando con los pies a rastras.
Si ese es el escenario, podemos prepararnos además para una segunda parte de las hostilidades. La facultad encomendada a las comunidades autónomas de perimetrar sus territorios y no dejar entrar ni salir a nadie de ellos puede muy bien utilizarse como represalia política contra comunidades de signo opuesto, a las que interese por cualquier motivo perjudicar o de las que el gobernante de turno desee aislarse. Si acabamos viendo que la contienda partidista se traslada a la imposición de cordones o de fronteras interiores, el fracaso y el desastre serán completos.
Háblense entre ustedes, aunque no se gusten, aunque se detesten. Tengan ustedes un poco de consideración a la hora de alarmar y dejar de alarmarnos. La gente no puede ya más. Denle de una vez pautas claras, sólidas, acordadas: de y para todos.
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