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A medida que se acerca el Día Internacional de la Mujer noto en mí misma los síntomas de una fatiga intelectual, de una decepción y ganas de dejar de ser mujer solo ese día. Ser mujer en este año es más o menos igual que ... en el año pasado, a pesar de tener una ministra de Igualdad que no ha tenido problemas con sus bajas maternales como mi amiga Sandra, que es autónoma.
Si la vida ha cambiado para el hombre de raza negra de Alabama de 1950 también ha cambiado para nosotras, lo sabemos. Pero mientras en algunos países al ser contratado te sometes a un 'training' para conocer los pronombres con los que se identifican tus compañeros de trabajo, aquí seguimos dando vueltas a la bolita creando ministerios de Igualdad que emiten airados comunicados, que enfrentan, levantan sarpullidos, son opacos y poco operativos. El perfil de la feminista actual, tan pendiente de la imagen, tan empoderada en su certeza de que se trata SOLAMENTE DE UNA LUCHA, empieza a parecerse al de los numerosos vigoréxicos que se matan entrenando todos los músculos del cuerpo menos los del cerebro. Tengo fatiga.
Las leyes son las que nos igualan en una democracia, la transparencia la que delata las diferencias, revisar, por cierto, el cacareado IVA, o la gratuidad de los productos de primera necesidad específicos de nuestra biología, hacerse cargo de las necesidades de una menopausia que no se nombra, ocuparse del peso de la maternidad, eso es trabajar por las mujeres. Lo otro, dialéctica de partidos, concesiones vergonzosas, pan para hoy y hambre para mañana, ganas de marear la perdiz y no ponerse a trabajar para erradicar lo que mal está. Para este viaje no hacen falta alforjas.
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