El otro día me hablaban de la carestía de letras de la que adolecen los mensajes de los jóvenes. Llegan ellos a tener la limitación de los 160 caracteres que otrora cabían en un SMS, y no sé qué sería del castellano. Porque el acortamiento ... de palabras está llegando a un nivel supino. Si hay que comerse una 'h', se la comen. «¡Si no suena!». Si hay que omitir tildes, se omiten. «¡Ponerlas es perder el tiempo!». Ya… pero una pegatina de 'Bebé a bordo' sin la tilde puede incitar al alcohol. Y no es lo mismo enseñar inglés que enseñarlas sin tilde. O, por ejemplo, entre Colón y colon hay un continente (o una colonoscopia) de distancia.

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En fin, que se ha perdido el respeto por las palabras. Y decía mi profesor de Literatura (D.E.P.): «Aunque algún autor dice que las palabras son la forma de los sentimientos, yo os digo que las palabras son los sentimientos mismos». Quizá eso sea mucho decir. Pero es verdad que el lenguaje es la mejor manera que tiene el ser humano de mostrar sentimientos refinados. «Ya, pero también están los emoticonos…». No fastidies… No hay expresión que pueda describir (repito: refinadamente) el dolor de la pérdida o el amor eterno. Las palabras no son solo nuestra forma de comunicarnos con el mundo: son la forma de cambiar el mundo. Porque no sé si las palabras son «los mismos sentimientos» pero, desde luego, son capaces de generarlos. Esa es la magia que tienen, que pueden cambiar a una persona. Por eso creo que quien escribe, piensa; y que quien lee, siente. Y eso es mucho decir.

Así, demostremos respeto no solo por el contenido, sino por el continente de nuestro lenguaje. Demostremos respeto por las palabras.

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