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Madrid es España dentro de España y España es Madrid fuera de Madrid y con vistas al mar. Y lo que no es Madrid no ... es España. Y lo que es España es Madrid o debería esforzarse en serlo, por su propio bien. Pero basta de bromas. ¿Dónde se bebe más y mejor la cervecita? En Madrid, por supuesto. Si quieres tomarte una cerveza en una terraza tienes que venirte a Madrid y así no te encuentras con tu exnovio porque eres libre y aquí todos somos libres y viva Madrid y sus alrededores. Y hala, ya tengo programa de gobierno. Con esto arraso seguro. Isabel Ayuso ha encontrado su estilo y, siento decirlo, no creo que ya lo abandone nunca. Y Martínez-Almeida está buscando el suyo desesperadamente: «Seremos fascistas, pero sabemos gobernar», ha declarado. Ya no le importa aceptar alegremente ser fascista. Ayuso dijo algo muy parecido hace un mes: «Si te llaman fascista es que estás del lado bueno de la historia». Así que ellos han empezado a llamar comunistas a sus adversarios. Comunistas contra fascistas, olé. Pablo Iglesias ha dicho que «en España se ha normalizado el fascismo».
No sé. Fascismo y comunismo son palabras de otra realidad. De otro tipo de mundo. A menudo asiento con perplejidad ante la incuestionable vigencia y uso abusivo de estos dos términos en los discursos contemporáneos. Dos términos prácticamente vaciados de sentido que pretenden utilizarse como insultos, pero que al parecer ya ni siquiera funcionan como tales porque el que los recibe ahora resulta que los asume con orgullo. Vale, seré fascista, pues mejor. Tú serás comunista. Vale, lo soy, ¿y qué? A mí, personalmente, no solo me aburre, también me molesta un poco esta banalización de unas palabras antaño cargadas de significado.
Sin embargo, puede que lo relevante sea precisamente eso: la banalización de las palabras. Puede que lo más significativo, lo que mejor defina estos tiempos y lo que más debería hacernos reflexionar sea esta repulsiva degradación del lenguaje, del discurso y del debate político. Que una campaña electoral en medio de una pandemia aterradora se haya reducido (en vez de pensar, por ejemplo, en cómo paliar las desigualdades o reforzar la sanidad pública) a lanzar cuatro tuits y algún chiste chulesco sobre lo castizo que es beber cerveza sintiéndose libre en las terrazas de Madrid es algo nunca visto antes, creo. Si este es el nuevo estilo de hacer política (el estilo de Berlusconi retorcido y actualizado por Trump) y la gente humilde se lo traga, entonces vienen malos tiempos, eso me temo. Hoy se vota, por fin. Pero mañana dará inicio la próxima campaña electoral. Qué locura.
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