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El real decreto ley 14/2022 busca que determinados espacios tengan unas restricciones energéticas y de iluminación para ahorrar costes. Por empezar con el tema de las temperaturas, lo cierto es que, por cada grado regulado en nuestra calefacción o aire, se consigue un 7% ... de menor consumo. Y eso se notará. Pero en esto, y como en todo, hay que mirar los ahorros reales. Y a un ahorro real le tienes que restar el coste de oportunidad. ¿Cuál es? Pues, por ejemplo, que si a los turistas británicos les pones a beber cerveza en el hotel a 27º, pueden pasar tres cosas: consumirán más cerveza (bien), acudirán más al 'balconing' (mal) y, ahora más en serio, pueden decidir no volver a visitarnos el agosto que viene (mal, muy mal).
Además, parece una medida un tanto generalista hablando de un país en el que el gallego y el murciano se parecen -en sus temperaturas habituales- lo que Schwarzenegger y De Vito en 'Los gemelos golpean dos veces'. Y luego, la iluminación. Que a las 22.00 horas, fuera. Hombre, pues en este caso al británico igual no le importa tanto, pero al español sí, que casi está merendando a esa hora. Quitar la luz puede arrastrar a una ciudad a su 'lado oscuro'. Se convierte en más insegura y menos atractiva. De nuevo, el ahorro calculado habrá de reducirse en el coste de oportunidad que conlleva la menor atracción comercial de locales apagados.
En definitiva, las medidas están bien, pero habrían de concretarse. No poner las mismas limitaciones en todas las ciudades o, siquiera, en todas las zonas de una misma ciudad. Porque o atinamos un poco o veo al Gobierno haciendo romerías para que vengan veranos frescos e inviernos suaves.
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