Existe una clase de memoria que se me ha negado. Crecí en una familia en la que no había abuelos. Mis padres adoptivos eran muy mayores y los suyos se habían marchado mucho tiempo antes de que yo llegase. Así que no he podido disfrutar ... de una clase de amor especial, diferente y compasivo. Lleno de preocupaciones, pero también de gracias, de concesiones y de la especial decencia que prestan los años. Quien ha vivido mucho vuelve sus ojos hacia el pasado con mucha más facilidad. Lo hace sabiendo perdonarse, casi siempre, pues no queda otra. También mira su presente con una singular delicadeza. Quizás por lo que ha aprendido, quizás por la inevitabilidad de un futuro que se encoge como algodón barato lavado a setenta grados centígrados. Pasado el centrifugado de la vida, la cabeza está más clara. A medida que las vueltas se van volviendo cada vez más lentas, ya poco queda sino amar con menos prejuicio.
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Esa clase de memoria se me ha negado, decía. No puedo revivir de primera mano el recuerdo de una abuela apretándome en el puñito una moneda de cinco duros. Ni sentir aún sobre mi piel el beso cómplice de quien te desliza una chocolatina -prohibida entre semana- en la mochila del colegio. Por suerte, existen los libros. No he vivido muchas cosas -no he sido pirata ambicioso, ni bárbaro sanguinario, ni pilluelo en las calles de Bombay-, pero las he experimentado con mayor nitidez y realismo que si fuesen mías, porque alguien me las contó con prosa firme y una dosis de magia.
Eso es exactamente lo que me ha sucedido al leer 'Julia está bien' (Ediciones B, 2021), de la autora madrileña Bárbara Montes. Y más aún al releerlo. Cuenta esta novela la historia de dos mujeres, Julia y Sofía, en dos periodos convulsos de su vida. La primera vive una guerra cruel y fratricida, pero encuentra en ella el amor y una valentía que marcarán el resto de su vida. La segunda sufre una infidelidad que le deja en ruinas el alma y la cuenta corriente. Cuando Julia narra a Sofía su propia historia, esa clase de memoria que me ha negado la vida se manifiesta como propia. Nunca he recibido la gracia sanadora de la propia sangre hablando a través de décadas, pero lo he hecho vicariamente con esta novela inspiradora, brillantemente escrita, llena de humanidad, sentido del humor y de una verdad esquiva que antes no poseía. El amor de tu vida no tiene por qué ser un amor romántico, puede ser la innegociable caricia de una abuela, ciega y heroica como la que protagoniza esta novela. Si quieren mucho a alguien, les recomiendo que estas fechas se la deslicen entre los regalos con la misma cariñosa desfachatez de esa abuela que siempre habría querido tener.
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