¿Qué pasa con el 'sanchismo'?

Lo paradójico es que el malestar con esta personalización de la dirección política española durante un quinquenio sea más acusado entre quienes han destacado la impronta de Pedro Sánchez en la política nacional e incluso internacional. Y lo han celebrado como un líder admirado en Europa y que ha traído la paz social, los derechos de las mujeres, el nuevo salario mínimo, la dignificación de las pensiones y ahora promete miles de pisos asequibles. Lo chocante es que con este bagaje, por no citar la excepción ibérica de la energía, el empleo y la gestión de la economía, se considere que el 'sanchismo' evoca algo negativo o que ser 'sanchista' es una identificación perjudicial en clave electoral.

Sin embargo, la tendencia política en democracia ante el desgaste de las siglas es la aparición de líderes como Emmanuel Macron, que ha ganado dos elecciones presidenciales seguidas sin apoyarse en un partido tradicional. La personalización de un ciclo político ha sido una constante en el lenguaje periodístico como lo fue con Felipe González (felipismo) e incluso con Alfonso Guerra (guerrismo). Aunque el primero evocaba la modernización del PSOE y el segundo el despotismo del 'aparato' del partido. El hecho es que en La Moncloa no gusta la personalización en Pedro Sánchez de la política de Pedro Sánchez. Probablemente la cuestión de fondo reside en la propia familia socialista, que no ha logrado cerrar las heridas de la sucesión, de modo que, en las observaciones demoscópicas, se refleja en un sector del electorado clásico del PSOE un desapego hacia el actual secretario general.

Al final, la gestión de Sánchez quizás no logra compensar, por un lado, su elevación por encima de la sigla histórica y, por otro, los elementos más discutibles de su mandato, como los indultos a los sediciosos, los pactos con Bildu o el abandono de los saharauis. Si el voto a Sánchez no se identifica con el clásico voto al PSOE, los efectos electorales pueden ser contraproducentes.