He vuelto a ver una vez más '2001: una odisea del espacio', considerada un clásico. Los cinéfilos de las nuevas generaciones que aún no la hayan descubierto, deberían hacerlo. Para mí, lo mejor de la película sigue siendo la parte inicial, el amanecer del hombre ... en los rigurosos paisajes de Namibia, con el aprendizaje de la utilización de un hueso como arma y el uso de esta como elemento de poder y dominación; la fascinante traslación elíptica de ese hueso lanzado al aire por el homínido, que se transforma en una nave espacial que danza al son del 'Danubio Azul' y, sobre todo, la sublevación del computador HAL 9000, que mata al considerar en peligro la misión, y el proceso de su desconexión, cuando tiene miedo, retrocede hasta ser un niño que balbucea y finalmente se apaga. Y lo más débil, además del viaje con anticuada estética de psicodelia más allá de las estrellas, toda la simbología recurrente con el monolito, en el que algunos vieron a Dios o una inteligencia extraterrestre y otros el conocimiento o la evolución del ser humano debida a la tecnología. Acerca de pocas películas se habrá escrito y especulado tanto como sobre '2001'.

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Resulta interesante comparar lo que la película, de 1968, con guion de Arthur C. Clarke y el propio Stanley Kubrick, prevé que será esa fecha entonces lejana, y cómo fue en realidad el comienzo del siglo XXI. La activa carrera espacial de la época, entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y la cercana llegada a la Luna, hacían presagiar que en 2001 los viajes espaciales serían moneda corriente y habría bases y colonias estables en el satélite. Sin embargo, el auténtico comienzo de siglo y milenio sí sucedió con máquinas volantes, pero bastante cerca del suelo: el atentado con aviones comerciales a las Torres Gemelas. En vez del nacimiento de un nuevo ser humano, un superhombre basado en la idea filosófica de Nietzsche, George W. Bush presidía el entonces país más poderoso del mundo. Ahora es aún peor.

'2001' establece el contraste entre la revolución tecnológica y la persistencia de una desconfianza anacrónica entre soviéticos y capitalistas; no se atisbaba ni por asomo la caída de castillo de naipes del régimen comunista y el nuevo orden internacional. Como no imaginó la ciencia ficción de la época nada parecido a internet. Sí prevé la película lo más inquietante: el diálogo con máquinas inteligentes y la dependencia hacia las mismas. Está por ver si nos acerca al superhombre o a personas alienadas que solo calibran la realidad a través de lo que dictan las pantallas. Tal vez el monolito era a la postre ese absorbente espejo negro.

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