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Hace unos años me referí a la honda impresión que me produjo la visita al Museo Sitio de la Memoria ESMA, en Buenos Aires, el mismo que ha querido cerrar sin poder conseguirlo el Gobierno del ultraderechista Milei, personaje tan grotesco como Trump porque serlo ... más no es posible. La siniestra y tristemente conocida Escuela de Mecánica de la Armada fue, de los muchos que hubo, el mayor centro de detención ilegal, tortura y asesinato durante la dictadura de las juntas militares entre 1976 y 1983. La casa con columnas como de mansión sureña, que en tantas fotografías se ha visto, era la destinada a los talleres de mecánica. Las torturas se practicaban en el sótano de un edificio anejo: el casino o residencia de oficiales. En ese sótano de techo bajo, puro cemento en un amplio espacio desnudo solo alterado por unas pocas vigas maestras, se torturaba a la vez a más de una víctima, sin apartados ni separaciones, como en un taller comunitario para la vejación y el dolor.
Al subir del sótano, unas pocas escaleras llevan al primer piso con artesonados y maderas nobles; era donde vivía el almirante Massera (el del primer triunvirato junto a Videla y Agosti) con su familia. La distancia vertical con el sótano es corta. Massera y los suyos tenían que oír los aullidos de dolor de las personas torturadas. Esa apreciación me causó de otro modo tanto espanto como el que infunde el sótano.
En 2015 se publicó y leí la que sería la última novela de ficción de Martin Amis, 'La zona de interés'. Al percatarme de la vecindad de la familia Massera con el horror, pensé en que en 'La zona de interés', a escala mayor en todos los sentidos aunque la cualidad del horror sea la misma, el comandante del campo de Auschwitz y su familia vivían en una preciosa casa con jardín a la que separaba del campo de exterminio solo un muro. Jonathan Glazer ha llevado la novela al cine en una versión libre que ha sido calificada de excelente y que tengo muchas ganas de ver.
Por lo que sé, en la película esa vecindad de los Hoss con la muerte industrial es clave y la banda sonora juega con los gritos que se oyen, y con la vista y el olfato respecto al humo y el hedor de la cremación de cadáveres. Al fin y al cabo, el comandante era el verdugo, convencido de lo adecuado de su labor exterminadora, como lo era Massera, pero su mujer vive allí feliz y es el hogar soñado en que sus hijos crecen con alegría. ¿Era la táctica del avestruz o sencillamente aquel ganado humano no entraba para ella ni en una mera consideración? A Rudolf Hoss lo ahorcaron en 1947 los soviéticos polacos en Auschwitz, al lado de su linda casa.
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