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Un memorable prestamista usurero debido al genio de Charles Dickens para trazar personajes pintorescos y al límite, exponentes de lo más deplorable de la condición ... humana, es el abuelo Smallweed, palabra que significa pequeña mala hierba (al gran novelista le gustaba nominar a sus criaturas con ingenio y en consonancia con sus atributos). Smalllweed es un alfeñique más malo que la carne de pescuezo. Aparece en la enorme novela 'Casa desolada' ('Bleak House'), también conocida como 'La casa deshabitada'. Está paralítico y prácticamente vive empotrado en una gran silla de mimbre repleta de cojines que utiliza como arma arrojadiza y deben ser mullidos con frecuencia por su silenciosa mujer, que es tan tonta como él mezquino.
En 'Lloviendo piedras', excelente película de 1993 de otro británico, Ken Loach, un pobre hombre en paro se endeuda con un prestamista para poder pagar el vestido para la primera comunión de su hija. La deuda la compra un 'gangster' de baja monta que aterroriza a la mujer y a la niña. Pero el pobre hombre resulta que no lo es tanto, tiene agallas y el malo recibe su merecido en una contundente secuencia en un garaje.
Hay palabras en la versátil lengua castellana de sonoridad tan fea como lo que significan. Usura, puro latín, es una de ellas. Y está vigente y viva, bien cebada. Según me han informado, bastante gente, que no puede acceder a un préstamo bancario, se ve obligada a pedirlo a oscuros prestamistas privados (me atraen como escritor) o a entidades financieras no menos dudosas. Internet está plagada de ofrecimientos de estas últimas. Para conceder las cantidades exigen en contratos leoninos desproporcionadas garantías, que suelen ser sobre la vivienda. La jugarreta está en que cuando el deudor quiere pagar lo que debe, en plazo, no encuentra a los acreedores, que han desaparecido. Al no poder cumplir el pago, se activan las garantías, y si el engañado no puede demostrar en un juzgado la mala fe y la maquinación, lo pierde todo.
Recuerdo de hace años a un prestamista de Mallorca que frecuentaba la tele. Era un gitano hortera y chulo con una desfachatez del tamaño de sus calabrotes de oro; habría encantado a Dickens. Lo trincó la pasma por un error de vanidad frecuente en esta tropa: mostrar la riqueza en público. Montó una boda para su hijo por todo lo alto, con más de mil quinientos invitados y un coste cercano al medio millón de euros. El usurero prestaba dinero a intereses demenciales que triplicaban la deuda en poco tiempo, y recurría a la violencia e incluso al secuestro y quizá a la tortura para gestionar los impagos.
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