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Olé por las cosas auténticas y de rancia raigambre. Ahora que prolifera lo artificial, impostado y efímero, resulta confortante comprobar que algo tan nuestro como la ignorancia enciclopédica permanece con rotunda y acendrada presencia. Fue en las Cortes de Castilla y León. El PP presentó ... una proposición de ley para activar un protocolo de atención bucodental para las personas con discapacidad. El procurador de Ciudadanos Francisco Igea aclaró que ese protocolo ya existe desde hace una década y que resultaba inaudito que los que lo proponían como novedad no estuvieran enterados de ello. Ante lo de 'inaudito', el procurador del PP José María Sánchez Martín tomó la palabra enfadado para demostrar que era tan leído y culto como un gato de yeso. «El otro día nos llaman fascistas y hoy inauditos».
Igea le explicó con regocijo que inaudito no es un insulto, que significa lo nunca oído. En este caso cuadraba también la segunda acepción de inaudito: sorprendente por insólito, escandaloso o vituperable. Que un procurador, supongo que político profesional, desconozca el significado de una palabra tan común como inaudito es insólito, o quizá no, dado el nivel del patio, y ahí entraría lo escandaloso. Vituperable es la incuria (término que habría dejado 'in albis' al sorprendente procurador), la dejadez que implica el desconocimiento del marco legal vigente en la comunidad. En una divertidísima secuencia de 'La vida por delante' (1958), de Fernando Fernán Gómez, un compungido Xan das Bolas se quejaba al comisario de los insultos de Analía Gadé, que habían sido unos 'vetuperios' tremebundos y que hasta los llamó 'endividuos'.
Quizá en Castilla y León el problema radique en que la oscuridad mental del asombroso vicepresidente (que es de Vox) sea para sus asociados más contagiosa que la tiña. Pero la decidida incultura y lo obtuso no es patrimonio de la derecha y su extremidad. En las izquierdas tampoco es que las muestras de bagaje cultural sean perlas mayores. Lo más intelectual no es citar a Marco Aurelio, sino 'Juego de tronos'. Y la obcecación en prescindir del pensamiento tampoco falta, como demostró Irene Montero a cuenta de la ley que ha sido su tumba política.
Puede que en breve, tal y como progresa la involución de la calidad política, el lenguaje de los próceres se convierta en glosolalia, no como capacidad sobrenatural para saber lenguas, que complacería a los planes lingüísticos del nacionalismo, sino como habla farfulladora y con palabras inexistentes que practicaba como gag verbal Antonio Ozores y que es propio de los bebés y de disfunciones psicopatológicas.
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