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La angustia de la página en blanco es uno de los tópicos manidos del oficio de escribir. El letraherido suda tinta china en el doloroso parto de una frase inicial brillante, la que de algún modo sintetice toda la novela y a la vez esté ... armada del gancho que atrapará al lector para no soltarlo hasta la última línea, que es como un lema de publicidad ramplona. Y ya conjurado con ese feliz comienzo el síndrome del desierto blanco todo fluirá como un torrente, a borbotones, con la inspiración como fiel aliada.
Pues no, no es así, al menos en mi caso. Uno se pone a escribir cuando ya sabe lo que va a decir, tiene una historia completa, unos personajes trazados y se ha hecho una escaleta de todo lo que va a pasar y de qué modo, aunque después lo altere durante el paulatino desarrollo. Lo de la página en blanco es una filfa, lo cual es una lástima. A tenor de mucho de lo que se publica sería deseable que fuera cierto y el blanco impoluto permaneciera.
Te das cuenta con el tiempo, después de haber llenado muchas páginas, que para practicar este oficio hacen falta unas dosis considerables de atrevimiento y de osadía, también de ignorancia. Cuanto más lees y escribes eres consciente de lo poco que eres como escritor, de lo rudimentario de tus escasos logros, de lo prescindibles que son tus palabras y te planteas si no habría sido mejor para ti y tus escasos lectores que no hubieras cruzado nunca el umbral de la página en blanco. Es osado y atrevido escribir después de Kafka y Borges y en el mismo tiempo que Luis Landero y Martin Amis.
Cuando buscas una idea que te parezca acertada para desarrollar el argumento de una historia, ha de convencerte lo suficiente para decidirte a escribir una nueva novela sobre esa base. Esa decisión siempre está rodeada de inseguridades y dudas (cada vez mayores con el transcurso de los años porque sabes algo más del oficio de escribir y ese más opera como un menos), puesto que va a determinar una larga dedicación y un proceso obsesivo que ocupará la mente y llegará a gobernarla según avanzas en lo que escribes. Equivocarse al elegir esa nueva narración, que no es nada fuera de tu cabeza hasta que la terminas y la separas de ti, te costará un alto precio que además es probable que tardes en darte cuenta que debes pagar, y que resultará más o menos oneroso según el número de páginas erradas que hayas acumulado; todavía peor si no percibes la equivocación hasta el final, después de haberla concluido. No hay inspiración que valga que te salve de ese naufragio. Mejor que hubieras seguido con la página en blanco en vez de cosechar páginas vacías.
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