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En anterior columna hacía referencia a Huma Rojo, personaje de Almodóvar cuyo nombre pegaba con sus ampulosas características y era de un conseguido rebuscamiento. Me gustaban más los nombres humorísticos en sus comedias desopilantes, como sor Rata de Callejón, sor Estiércol, sor Perdida o sor ... Víbora, las monjas de 'Entre tinieblas'; y me hizo gracia Paqui Derma, no me acuerdo en cuál. En los nombres de sus heroínas, Antonio Gala hacía ídem de aparatosidad rutilante. Deyanira Alarcón, en su novela 'Los papeles de agua', es mi favorito. Palmira Gadea, en 'Más allá del jardín' (que llevó al cine mi querido amigo Pedro Olea y encarnó Concha Velasco), tampoco es sencillito. Y para 'La pasión turca' escogió que su protagonista, que iba caliente como una tea, se llamase Desideria Oliván, que es tan sutil como nominar a un zampabollos Glotón Manteca.
En su célebre novela 'Juegos de la edad tardía', Luis Landero pergeña para las personalidades que se inventa su protagonista, Gregorio Olías, los nombres de Augusto Faroni (que bien podría aparecer en uno de los cuentos de Isidro Parodi que escribieron Borges y Bioy Casares) y Alvar Osián, que me encanta y transmite con su propia sonoridad una insondable pedantería. Salvando las distancias, siempre me ha divertido inventarme nombres tremendos para mis personajes esperpénticos. Me viene a la memoria el 'conseller' nacionalista Jordi Triceratops i Tortell, al que hoy en día haría íntimo de Jordi Turull, ese hombre con cara de rancio tendero de ultramarinos tristón, que atiende tras el mostrador embutido en una batita de color gris ratón y pone el dedo en la báscula cuando la clienta no mira.
La realidad, como tantas veces, supera a la ficción. La República Dominicana tenía fama de dar cobijo a los nombres más estrambóticos. Cadillac García, Estalin Gómez o Tresauno (el resultado de aquel partido crucial) Gutiérrez podrían servir de prueba. A un conocido, venezolano en este caso, su padre, que era un enemigo público con varias condenas a la espalda, le puso el surrealista y beligerante nombre de Warmyson, que el chico había convertido en un diminutivo inocente. Franklin Bananarama no sé dónde lo encontré pero era real, me lo apropié y lo hice cónsul honorario de las islas Caimán.
Y un antiguo artículo firmado por Dani Soriazu en este periódico contaba que Euskaltzaindia respondía a diario consultas sobre posibles nombres con los que padres desorientados querían marcar a sus vástagos. La Academia de la Lengua Vasca desaconsejó Ordots (cerdo), Aker (macho cabrío), Ozpin (vinagre), Zakar (basura) o Alua (vulva).
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