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En una de sus novelas Fernando Marías escribió que «las mujeres son la mayor maravilla del mundo». Recuerdo la frase porque me pareció hermosa en su sencillez. Hoy, feministas como sacadas de la revolución cultural maoísta le habrían dicho que esa es una consideración condescendiente, ... que además apunta a la cosificación y que por tanto es machista. Convertir el pensamiento en parodia es malo para la causa legítima que defiende. Todo mi apoyo al 8-M.
Las mujeres me han gustado mucho. No solo su belleza (que puede ser más ostensible y fácil, o menos evidente y difícil; alguna vez me han dicho que a mí me parecen guapas todas las mujeres, que a todas les encuentro algo; no estoy seguro de que fuera un elogio) y atractivo sexual, también su manera de ser y de entender el mundo. Por eso he disfrutado de su compañía y me he llevado bien con ellas. Sin necesidad de connotaciones ambiguas, disfruto más de compartir un rato con varias mujeres que con varios hombres. Esa afinidad las damas la perciben y a veces te premian con su mejor regalo. Por supuesto, me refiero a mujeres con encanto de espíritu, con alguna de las facetas de la inteligencia. Nada más ahuyentador del erotismo, y de cualquier interés, que la estupidez.
El juego de la seducción es uno de los deleites más estimables de la vida. A mi edad ya me conformo con el juego en sí mismo y con humildad de viejo, evitando alardes de nada y sin esperar resultados. Respecto a los alardes, contar aventuras y conquistas (aparte de que son falacias: ellas escogen) del pasado después de los sesenta años resulta penoso y ridículo.
Hacer reír a las mujeres es para mí tan gratificante como escribir una buena página (exagero, pero poco). La risa de una mujer, especialmente si se la has causado, da alegría.
Mi primera diosa, de la que fui consciente que lo era, fue en la pequeña pantalla en blanco y negro y a muy temprana edad, quizá no más de 11 años. Me fascinó la belleza de Charo López y su voz. Era la primera vez que la veía y es un recuerdo indeleble (hasta que todo se vuelva deleble). Se trataba de un antiquísimo 'Estudio Uno' en blanco y negro, una obra de Eurípides, no sé cuál, en la que un esclavo le confesaba de manera conmovedora su amor por ella, y terminaba por corresponderlo. Una diosa en la madurez (las mujeres muy guapas lo son aún más en la madurez) me parece Michelle Pfeiffer en 'Chéri', notable película de Stephen Frears, con guion de Christopher Hampton basado en una novela de Colette, sobre Léa, una cortesana de lujo que todavía conserva su belleza pero es consciente del cruel avance del tiempo.
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