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Siempre me ha producido desazón el trabajo realizado con desgana en el sentido de falta de aplicación; el ajeno y el propio. Cualquier trabajo. He procurado que esa desgana no me atrape; no siempre lo he conseguido.
Es esa desagradable sensación de malestar ante el ... trabajo llevado a cabo con mal disimulada vagancia, adustez, chapucería o falta de pericia y profesionalidad por simple dejadez. Desde el trabajo de un peón de obra hasta el de un importante directivo o un alto funcionario que cumplen el expediente lo justito, ni un ápice más. Sobre todo repelen estos últimos casos por su responsabilidad laboral y social respecto a mucha gente.
Aunque comparta atributos de la improvisación, del todo vale y de la haraganería del para qué mejor si total da lo mismo, una especial manera de dejadez es el afán de mediocridad, el refugio voluntario y consciente bajo su apañada techumbre. La mediocridad, salvo la inevitable por falta severa de materia prima en la sesera, creo que va más allá de la dejadez; es una condición previa del espíritu, un tipo humano. Lo grave es pretenderla para instalarse en ella, pudiendo saber por medio de una ligera introspección, que se evita tanto como meter la mano en el fuego, que las cosas pueden hacerse mejor con algo más de trabajo, con mayor esfuerzo. La mediocridad es agradecida porque es abundante. Mal de muchos, que ¡bah!, tampoco está tan mal, consuelo de mediocres. Y además con la mediocridad, que no cuesta necesariamente el precio de impedir el medrar, no se da la nota, no se llama la atención como lo hace el tocapelotas que saca los pies del tiesto. Perturbar la mediocridad, cuando impera y es la costumbre establecida, puede salir caro.
Pero también se da la falta de un conocimiento auténtico de uno mismo porque la autocrítica no es tan profunda y no te atreves al desasosiego de una exploración más allá de los límites manejables y conocidos. Que uno puede tener olfato para detectar la mediocridad en los demás y al mismo tiempo no darte cuenta de que en realidad tú también eres un mediocre, que el listón que crees que te has puesto alto, es bajo, para lo que de verdad podrías hacer, y no pasas por tanto de tu particular medianía.
Por la temporada infernal que llevo de problemas sanitarios, tengo mucho trato con un gremio laboral que es todo lo contrario de la mediocridad y la dejadez. Enfermeras y enfermeros (son muchas más ellas), tanto de hospital como de la asistencia a domicilio o del ambulatorio, son excelentes profesionales llenos de ingenio y buena disposición, y además te sonríen. Conste aquí mi agradecido reconocimiento.
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