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Por muchas vueltas que queramos darle y aplicar subjetivas apreciaciones respecto a lo que nos gustaría que fuera, todo lo que no es sí con ... claridad, es no. Era una sencilla máxima que le gustaba soltar a Fernando Marías en un tono entre jocoso y lapidario. Resulta una perogrullada, algo evidente, pero para algunas personas parece que no lo es tanto. Tenemos una especial habilidad para agarrarnos a un clavo que no es que esté ardiendo, sino que no existe, tomando las palabras que desestiman con cortesía la petición o el ofrecimiento (es habitual en las fórmulas de rechazo de un manuscrito en las cartas de editoriales), o los eufemismos que evitan la cruda franqueza de las razones auténticas del no descarnado, por un puede ser, un quizá, y convertimos a base de autoengaño esa posibilidad casi inexistente en un sí futuro que depende de que se den unas condiciones harto improbables, pues solo han sido algodones del que desestima para mostrar amortiguada la contundencia de la negación sin vuelta de hoja. «Sí, bueno, me dijo que las circunstancias tienen que mejorar para poder llevarlo a cabo, pero que más adelante seguro que…» «O sea, te dijo que no.»
En parte, parecida articulación anestésica y gentil tiene el no con lacito. En este caso el no está menos disfrazado de circunloquios y sobreentendidos entre líneas, es reconocible hasta por el que ve la botella media llena cuando no le queda ya más que un culillo; pero cuando el lacito es lo suficientemente grande, vistoso y está anudado con primor, el que lo recibe, si es un espíritu agradecido que alberga dosis de candor, se queda hasta contento. El no con lacito es frecuente en el mundo sentimental, cuando te dan calabazas glaseadas. «Me gustas mucho y estoy genial contigo. Eres una persona maravillosa, de las difíciles de encontrar en la vida. Vamos a ser los mejores amigos del mundo, ya lo verás.» «O sea, que me das un no con lacito de doble lazada. Te quedo muy agradecido.»
Luego está el silencio como respuesta, cada vez más habitual por la creciente mala educación social y laboral. Ese silencio, que es un no inequívoco y el más despreciativo, también da pie a esperanzadas elucubraciones al avestruz iluso que no quiere mirar la realidad y considera ese no como un sí futuro durante tanto tiempo como se lo permita su elástico y resistente sentido de la paciencia. «Está claro que son de una gran profesionalidad y que se lo están pensando con mucha calma. Buena señal. Las cosas de palacio ya se sabe que van despacio». «Han pasado tres meses, membrillo. Es un no como una casa; ni se han molestado en decírtelo».
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