Iba a titular esta columna 'Fábula con anchoas', pero mandan las reglas del género que en las fábulas los bichos que aparecen tienen que estar vivos, hablen y el mensaje o enseñanza que se extraiga de la narración sea positivo y moralizante. Y en este ... pequeño artefacto escrito las anchoas están muertas, en filetes metidos en un frasco de cristal, hablan menos que los leones del Congreso y la conclusión es decepcionante y huera.
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Compré unos frascos de anchoas en salazón en un pintoresco y conocido pueblo pesquero cuyo nombre omitiré. La marca de las anchoas, que es local, anuncia una elaboración artesanal propia, la máxima calidad y toda la pesca, nunca mejor dicho. Sí, las anchoas son muy buenas; la sorpresa, desagradable y con su punto inquietante, es otra. Al abrir el frasco te encuentras una línea de anchoas perfectamente adosada a la pared de cristal, una apretada línea de una en fondo, como la delgada línea roja de infantería británica en la batalla de Balaclava. Y dentro de esta delgada empalizada circular de anchoas, el agujero oscuro y oculto, el hueco, la ausencia cubierta solo de aceite.
Abrí los otros dos frascos y hallé los mismos huecos. No era error singular, sino práctica de la casa. Como decía antes, tenía su algo de inquietante ese pocillo de aceite sin anchoas, ese ojo líquido en vez del abigarrado panorama de filetes que es, o era, lo habitual. Podría haber servido para uno de esos planos de detalle en macro de David Lynch, sugiriendo algo ominoso en el quieto aceite ocupando la profundidad del frasco más que semivacío. Como de conspiración paranoica propia de Philip K. Dick, después del hueco de las anchoas me he encontrado otros frascos (de puntas de espárrago, de láminas de ventresca de bonito…) también con apariencia de llenos y realidad interior hueca. Se me dirá que cumplen el peso que pone en el frasco, no hay fraude. Sí, bien, pero la apariencia es engañosa. Ahora, cada vez que abro un frasco de estos lo que me sorprende es que esté lleno, no con vacío disimulado, como tantas otras cosas en la vida.
Imaginé que posaban para una foto de grupo las personas prebostes de un partido o del otro tras un eufórico y adhesivo congreso. Pero en vez de hacerlo del modo habitual, en una doble o triple fila, lo hacían en un cerrado círculo que ocultaba en su interior un gran charco en el que algo innombrable bullía, si le doy un toque Lovecraft, o no había más que silencio y vacío. En mi imaginario disponía de plano aéreo para picado total y se apreciaba muy bien, como en una de aquellas aparatosas y un poco horteras coreografías de Busby Berkeley.
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