No me refiero a los acerados ganchos de los que colgaban a sus víctimas los matarifes locos de 'La matanza de Texas', sino a gancho en el sentido de atractivo, y pincho en el gastronómico de pequeña gollería más o menos portátil. Aunque se haya ... extendido el uso popular de 'pintxo' en esa especie de 'euskañol', prefiero ser desmirlado y sostener las patillas de las gafas con globos que acceder por modismo a una falta de ortografía. Para los batallones de turistas que visitan mi barrio, el Casco Viejo de Bilbao, las rondas de pinchos a pie de barra o donde encuentran un hueco (ardua misión los más de los días) es uno de los acicates valorados. Otra cosa es el criterio de forrajeo en un bar u otro, a veces siguiendo recomendaciones ignorantes o interesadas. A un guía le oí calificar ayer de «templo del bacalao» un local de batalla perdida de antemano. Pero la calidad media en general es muy buena y hay auténticas creaciones en miniatura.
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Junto con la ciudad y los usos sociales, cuánto han cambiado los pinchos y la parafernalia que actualmente los acompaña desde los tiempos prehistóricos de los tacos de bacalao a medio desalar, los huevos duros y las panderetas con escabeches. Me refiero a pinchos y no a tapas, cuyo origen se remonta a una higiénica disposición de Alfonso X El Sabio que ordenaba tapar las jarras al servirlas con una rebanada de pan o una loncha de embutido. Se evitaba así la caída en el vino de moscas o arañas descendentes del techo del figón. Y la tapa el bebedor al final se la jalaba. Los pinchos, superada la prehistoria, eran una superposición de distintos elementos unidos por un palillo, también llamados banderillas. El parroquiano echaba la zarpa a la barra, pillaba un pincho y de la misma lo despachaba de uno o dos bocados. El sencillo proceso se practicaba solo con una mano, ya que la otra estaba adosada al vaso de vino con firmeza de soldadura.
Ahora, todo es más sofisticado y costumbres de uso del suelo nos parecen mentira. En un bar de éxito atemporal, cuyo nombre es la inicial con que marcaban con tiza el abrigo del vampiro de Düsseldorf, las especialidades son asaz grasientas; sobre todo se compran para llevar. Pero hace no tantos años, las torres y los triángulos se solían comer allí y sin cubiertos, aferrados con los dátiles. Por ser tan pringosos, era el bar en el que más servilletas de papel se consumían en el mundo. Se tiraban al suelo, una tras otra (no menos de cinco por cabeza para un solo triángulo), y hasta que salía alguien a barrer porque su cantidad y volumen ya cubría los zapatos, parecía que había nevado hasta cuajar.
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