Recordarán que hubo hace tiempo un fallo global de funcionamiento del WhatsApp que duró bastantes horas. Me sorprendió que diferentes personas, sobre todo jóvenes, preguntadas en un telediario qué habían sentido durante la privación del servicio, contestaban como si fueran drogadictos que afrontaron un síndrome ... de abstinencia. Hablaban de nerviosismo, ansiedad y desconcierto. Lo que para mí no es más que una herramienta de comunicación muy útil, era para los entrevistados una prolongación de sí mismos imprescindible, casi de carácter vital.
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Recientemente, por dos veces y en días con poca separación, lo que cayó fue el sistema de pago electrónico por crédito, débito y 'bizum'. Ante la pregunta de cómo les había afectado el colapso, eran numerosas las personas que habían quedado bloqueadas por una inoperancia económica total, puesto que confesaban no llevar ni un euro en efectivo. Pensé que más que por comodidad, en el caso de los jóvenes podía deberse a vivir en una sucesión constante de pequeños créditos. A mí me pillaron ambos cortes pagando algo con tarjeta y, ante la denegación de las operaciones, apoquiné con guita contante y sonante. Soy de la escuela de viejo buscavidas de llevar siempre en la cartera billetes suficientes para salir de un apuro que requiera o aconseje efectivo, pero sin pasarme en la cantidad por si me dan el palo. Fiar toda tu autonomía a un sistema exterior a ti que no controlas y que, como se comprueba, a veces te puede dejar tirado me parece imprudente.
Otra cosa es la seguridad o no del valor de ese dinero. Recuerdo que en Buenos Aires, en 2018, con una inflación ya muy alta pero no tanto como la actual, en el bar cercano al hotel donde solía tomar unos blancos cobraban cada vez un precio distinto, raras veces menor, según cambiaba la inflación al día. Y son conocidas las imágenes de archivo durante la República de Weimar, en Alemania, en que por un bien básico se pagaba con una pila de billetes como de chiste, que al cambio no valía nada. O el dinero echado a perder. Tantas historias de sumas guardadas en colchones y escondrijos diversos que se destruyen por el fuego, la humedad o las ratas, o que por la muerte del poseedor nunca se encuentran.
Y cuando ni dinero electrónico ni en efectivo carezca de sentido y nadie lo guarde, entonces es que estamos en 'La carretera', la novela de Cormac McCarthy (también era muy buena la película) que es una obra maestra que transmite con una intensidad abrumadora el frío, la oscuridad, el hambre, el miedo y la ferocidad de la supervivencia en el mundo sumido en una devastación general y extrema.
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