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Mi abuela Mari, cuando decía de alguien que era muy pesado, lo comparaba con una carga de agua. Decía con curiosa construcción: «Eres más canso ... que…». Tenía razón: pesa lo suyo una carga de agua y es incómoda de llevar. 'La isla desnuda', de Kaneto Shindo, una película japonesa de 1960 que alcanzó cierta fama, contaba de un modo austero y sin palabras la dura vida de una familia en un diminuto islote. Uno de los trabajos más penosos era el acarreo de agua, con un palo sobre los hombros que equilibraba los dos cubos, de punta a punta del islote. Cuando era estudiante, hice esporádicos trabajos de descarga de mercancías. Era soportable por ser ocasional. Salvo un día, que tocó bregar con enormes racimos de plátanos, verdes como la cizaña, que me doblaron y agotaron. Aquella vez me juré que pondría los medios necesarios para no tener que ganarme la vida con un trabajo físico, especialmente de animal de carga o empujando un carro.
Recuerdo un reportaje sobre las mujeres marroquíes que día tras día cruzaban por unas horas la frontera de Marruecos con Ceuta (no sé si ahora el control será más estricto para evitar la inmigración irregular). Se dedicaban a un modesto comercio que les dejaba unos pocos euros de beneficio. Cargaban sobre sus espaldas enormes y pesados bultos con diversos productos que vendían en Ceuta. La regla medieval era que se les dejaba cruzar la frontera con todo lo que pudieran cargar sobre sí mismas sin ayuda de nadie y sin servirse de ningún apoyo, como una carretilla. Era lastimoso ver la larga hilera de esas mujeres de diferentes edades doblegadas por la pesada carga, superando el agotamiento a base de necesidad, sin rendirse al descomunal peso sobre sus espaldas. Y al mismo tiempo movía a respeto, el que se ganan quienes luchan contra el alud de la miseria con los únicos medios de que disponen. Además del agónico trabajo, decía el reportaje que muchas de ellas tenían que soportar el manoseo de los gendarmes, sin poder poner ni las manos para protegerse los pechos, pues se les caería el saco y las echarían atrás. Como bien dice la sabiduría popular, cuánto esfuerzo cuesta ganar poco dinero.
En las viejas películas de Tarzán, las de Johnny Weissmuller (no he vuelto a ver ninguna, para mantener el hechizo infantil), cuando el safari con los porteadores cruzaba un escarpado paso de montaña, de vez en cuando se despeñaba un negro junto con su bulto y daba un terrible alarido. Lo único que lamentaban los 'bwanas' blancos era que la carga cayese al abismo. Negros y moros eran fáciles de sustituir y valían menos que la irreemplazable carga que transportaban.
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