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En 'Mi último suspiro', las muy recomendables memorias de Luis Buñuel que escribió Jean-Claude Carrière (guionista de sus últimas películas en la etapa francesa) a partir de las conversaciones con su amigo y director, cuenta que una mañana Buñuel lo llamó por teléfono para ... decirle que por fin había sucedido y que había sido de repente, como por arte de magia: se había librado del yugo del sexo, ya no le importaba nada y estaba inmunizado para siempre ante el deseo hacia las mujeres. Consideraba esa liberación un definitivo alivio. Unos días antes había cumplido 81 años.
Antes de esa provecta desatadura del deseo sexual, Buñuel abundó en añosos personajes de rancia hidalguía y trasnochadas prácticas de seducción en la hora de su decadencia, a los que trata con crueldad. Son viejos caballeros que se obsesionan y arrebatan por bellas jóvenes hasta ponerse en ridículo y caer en la denigración. Galdós le proporcionó dos de estos personajes y el tercero, el más maltratado, lo tomó de Pierre Louÿs; en las tres películas fueron encarnados por Fernando Rey.
Uno de ellos es el hidalgo rural de 'Viridiana' (1961), perfilado en 'Halma', de Galdós. Es el más infeliz y apocado de los tres, amén de algo necrófilo, y sirve a Buñuel para dar puesta en escena a su confesado fetichismo con los zapatos de tacón a través de la perturbadora novicia interpretada por Silvia Pinal. El atormentado personaje se ahorca a media película con la cuerda con la que salta a la comba la niña Teresita Rabal. Otro es el acaudalado burgués parisino de la que fue la última película de Buñuel, 'Ese oscuro objeto del deseo' (1977), inspirada en 'La mujer y el pelele', de Louÿs. Fernando Rey llega a la más hiriente humillación en manos del voluble comportamiento y la manipulación de una guapa sevillana que unas veces es Ángela Molina y otras Carole Bouquet (cosas del sentido del surrealismo de don Luis), que lo trata como a un auténtico pelele. Y el tercero, no en orden y para mí el mejor, es otro personaje galdosiano, el soberbio gallo venido a menos don Lope, de 'Tristana' (1970), con un Fernando Rey en estado de gracia, una luminosa (y luego oscura) Catherine Deneuve y un gran guion de Julio Alejandro con frases de diálogo así de buenas (buscaré si es de Galdós): «Desmánchame la cinta del sombrero que esta tarde tengo una visita de mucho cumplido».
Me pregunto si Buñuel exorcizó el camino al invierno de su propio deseo con esos personajes en declive, de cuyas pretensiones galantes hace escarnio con un humor feroz. Dice Philip Roth que envejecer es inimaginable, excepto para quien envejece.
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