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Me van a perdonar ustedes el aparente desaliento, este devenir de las cosas me ha puesto el alma y la cabeza en un lugar tan frío como 'Filomena'. El otro día salí al pequeño balcón que tengo en mi casa desafiando al frío y a ... mi vicio por una calefacción confortable tras unos cristales que me dejan ver que allí fuera no hay nada que me apetezca sentir. Salí y encontré en mis macetas, aparte de los rastros de mi descuido, a un insecto palo. Ni idea de cómo había llegado allí, ni idea de si esta especie se mueve mejor en el frío que en el calor, ni idea, ya digo, de si es lógico encontrarlos en un ambiente tan urbano como este en el que vivo, donde los bichos que mejor y más se muestran llevan móvil 5G y barba cuidada o pelo peinado hacia atrás según mire a uno o a otro lado de mi calle.
Probablemente lo primero absurdo de la situación, saltando el hecho de que yo decidiera salir al balcón con un pijama a todas luces insuficiente y dañino para la vista de mis vecinos, era que el insecto palo hubiera llegado a esa maceta que me hace las veces de cenicero y cuyas ansias por vivir le habían animado a generar tres ramas malnutridas que aún le daban más tristeza. Tras una de ellas, boca abajo, se camuflaba el insecto palo como un ninja, esperando, supuse, que un bicho menor que él se posase para facilitarle la merienda (no, tampoco sé si los insectos palo son vegetarianos, me perdonan que no sepa de lo que hablo y hable de lo que sentí).
El viento le estaba poniendo las cosas complicadas para mantenerse agarrado a la rama, le veía recolocar las patitas una y otra vez buscando un equilibrio que le duraba el instante justo en el que el viento volvía a mutar su dirección y le obligaba a buscar un nuevo centro de gravedad. Me vi, nos vi a todos, en el momento absurdo este que vivimos, todos tan fuera de nuestra zona de confort, tan refugiados de pandemias, temporales y asaltos a capitolios por búfalos desmandados. Le vi, me vi, nos vi, con la vida pendiente de un hilo añorando un hábitat en el que, si bien seguía corriendo peligro, al menos eran peligros que había ido aprendiendo a esquivar. Igual que nosotros añoramos un mundo sin todas esas cosas porque no recordamos que tampoco era fácil moverse en aquel.
No les estaría contando esto si no fuera por lo que pasó a continuación: aterido por el frío decidí meterme en casa y, mientras cerraba la puerta, una paloma descendió sobre la rama que cobijaba al insecto. Se lo llevó en el pico y le vi, me vi, les vi, tan a merced de lo imposible que esta columna no es desalentadora, pero está llena de miedo. Cuídense.
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