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Hay gente que ha vivido todas las vidas. Eso tiene que resultar agotador porque uno va tirando con la que le toca y aun así a veces se le hace cuesta arriba. Yo profeso una antipatía muy profunda hacia aquellos que utilizan las desgracias de ... los demás como meras excusas para soltar las suyas, como unos testigos de Jehová del sufrimiento que van puerta por puerta para contarnos lo mal que lo están pasando. Cuando se embalan, estos tipos no conocen medida y son capaces de referirle a un superviviente de Auschwitz los pormenores de su catarro con gran aparato de interjecciones y amargo desconsuelo. Infantino, el presidente de la FIFA, es de estos. Me lo imagino visitando las mazmorras de una cárcel de Qatar:
-Señor Infantino, dígales a los emires que se apiaden de mí. Soy homosexual y me pillaron dándome un piquito por las calles de Doha. Me condenaron a siete años de cárcel en este agujero, me golpearon, me vejaron, me tienen a pan y agua. Temo incluso por mi vida.
-Qué me vas a contar, chaval, lo mío sí que es grave. Un niño se rio de mí en el recreo por ser pelirrojo. ¡Eso sí que es sufrimiento! Y mira dónde he llegado. Resiliencia, muchacho, resiliencia.
Después, en rueda de prensa, Gianni Infantino, el hombre que a veces es gay pero ya nunca es pelirrojo, mira a la cámara y acusa amargamente a Occidente de hipocresía, cuando todo el mundo sabe que la FIFA trajo el Mundial a Qatar pensando en los homosexuales, en las mujeres, en los ónix, en los camellos del desierto, en los carpinteros nepalíes. En todo, en fin, menos en el dinero, que es algo que, como se sabe, carece de la más mínima importancia para la FIFA.
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