Hay en el ser humano posmoderno una alergia generalizada a asumir la responsabilidad sobre los fracasos, nimios y graves. Siempre que algo sale mal, el primer impulso es buscar a toda prisa a alguien a quien cargarle el muerto, y el segundo, escurrir el bulto ... de cualquier acto de rendición de cuentas. Solo cuando la debacle es completa, intransferible y sin paliativos sucede que alguien se aviene a echarse al hombro la cruz de nazareno y a salir con ella a cuestas al escenario. Pasa en todas las citas electorales: los triunfos, semitriunfos y cuasitriunfos siempre tienen quien los reivindique, en tumulto y con locuacidad. Sobre el estrado de los vencedores suele haber 'overbooking', mientras que en el cadalso de los perdedores la soledad es clamorosa. A él sube quien no tiene más remedio que hacerlo, su parlamento es breve e incluso si acepta el revés declina entrar en detalles.
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Por eso, entre otras muchas razones, estremece la lectura de la última obra de Fernando Marías, 'Arde este libro'. El autor bilbaíno, desaparecido tan prematura y dolorosamente, nos dejó antes de irse, sin saber que lo era, el más hermoso testamento literario que en estos tiempos quepa concebir. Porque es el relato de un amor, escrito desde el amor -y aquí viene lo que resulta más extraordinario- cuando del amor ya no quedan más que las cenizas amargas de todos los desencuentros y la persona que en su día lo despertó no está ya entre los vivos. Pero además de eso, en 'Arde este libro' está el inventario, sereno y concienzudo, de los errores de toda índole que condujeron al abismo donde no solo naufragó la relación de la pareja protagonista, sino también se perdió la alegría de vivir de una de sus mitades. Y he aquí que quien lo compone, quien explora sin saltarse uno solo todos los recovecos del desastre, lo hace asumiéndolo en su plenitud.
A lo largo de la narración, el lector tiene más de una vez la sensación de que Fernando, con su generosidad proverbial, está echándose a la espalda males que le excedían. Cada persona carga con sus vanos y sus sumideros, y nadie puede salvar a otro de todo lo que desde su propio ser lo amenaza. Pero alivia leer un libro en el que el autor, para variar, se ofrece de cuerpo entero y sin reclamar indulgencia, ardiendo con él para alcanzar un objetivo superior. En estas páginas incandescentes, el autor se redime, redime a la amada que fue y ya no es y nos redime a todos los que lo leemos, que salimos mejores, más responsables, menos hipócritas y escurridizos. Háganse el regalo de leerlo.
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