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No me gustaría ser Zverev. Seguramente me daría de baja de la semifinal, alegando gastroenteritis. Y lo mejor es que no mentiría. Porque estaría con retortijones cada vez que alguien me mencionara el partido de hoy.
Pero no soy Zverev. E igual va el tío ... y gana porque es otro campeón. Pero Nadal acojona.
Hace casi dos años escribí el artículo 'El ocaso del guerrero'. Decía que nos quedaba una última lección que aprender de manacorí, cuando acometiera su retirada, y tomase «ese camino hacia el atardecer de un gigante que acabará por colgar su hacha de guerra y dejará a otros que vivan a su sombra eterna, intentando alcanzar el mito que solo él ha sido capaz de escribir».
Me sorprende que escribiese esto hace tanto: se ve que hace dos años ya teníamos en mente su retirada. Pero está claro que esta es una lección que el tenista aún no nos quiere enseñar, y que nosotros aún no queremos aprender. Con la lesión en la costilla, el tobillo izquierdo pidiendo tregua, es una suerte de Oliver Aton, en 'Campeones', que jugaba todos los partidos lesionado, lo cual no hacía sino engrandecer su leyenda.
Hay un algo que cambia el chip en determinadas personas cuando compiten. Puede ser en la pista, en el trabajo o en casa, no importa: en los momentos que importan, hay gente que sabe que tiene que darlo todo y no se guarda nada. Y es de valientes no guardarse nada. Porque puede significar perderlo todo. Es de valientes jugar cada partido, o vivir cada día, como si fuera el último. Nos obliga, además, a vivir el presente sin importarnos nada más, y eso es sano. Supongo que esa lección, sí la podemos sacar desde ya. Suerte, Nadal. Vamos, Rafa.
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