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Cansado de ver películas pequeñas en todos los sentidos (algunas del cine español reciente), me entraron ganas de volver a ver tres obras maestras de gran ambición narrativa y estética, respaldada por un enorme esfuerzo de producción y un muy largo metraje. Se me dirá ... que con abundante dinero, con medios, es practicable realizar una gran película, mientras que un escaso presupuesto obliga a un cine pequeño. Creo que no es así: que la diferencia entre lo bueno, lo anodino y lo malo está en el talento, o en la ausencia del mismo, volcado en el guion y la dirección. Hay muchos casos en la historia del cine de películas caras y pésimas (dejo los títulos a su memoria) y muchos de baratas y excelentes (por ejemplo, una de 2020, 'Falling', dirigida y protagonizada por Viggo Mortensen).
La primera de esas tres obras maestras de formato colosal es 'El gatopardo' (1963), de Luchino Visconti, basada en la novela de Lampedusa (murió antes de verla publicada). Gracias a la buena copia que tiene Filmin, disfruté como nunca de la minuciosa grandeza de sus planos generales, bellos telones de fondo para la historia del príncipe Salina, del gatopardo cuyo privilegiado mundo cambia y envejece en la Sicilia de la unificación italiana.
La segunda ha sido, una vez más, 'Barry Lyndon' (1975), dirigida por Stanley Kubrick con base en la novela de Thackeray. Me ha fascinado de nuevo la perfecta conjunción de imagen y música por la que avanza el buscavidas irlandés Redmond Barry en su ascenso, auge y caída. La composición de los planos es la de cuadros en movimiento de la pintura británica del XVIII. Kubrick llegó a un detallismo obsesivo en la ambientación y al afán realista de rodar en interiores, para quebradero de cabeza del director de fotografía, sin otra iluminación que la de las velas de los candelabros. Supongo que será leyenda lo que se contó: que si en una secuencia se veía una cómoda de la época, dentro había mantelería bordada en el XVIII aunque no se abrieran los cajones.
Y la tercera es 'Fanny y Alexander' (1982), la magna despedida del cine de Ingmar Bergman. Había visto la película de tres horas y me encontré con la estupenda sorpresa de que estaba disponible la versión íntegra como serie de televisión de cinco. Quizá fuera mejor narración la de tres, pero he sido feliz con esas dos horas más que se explayan hasta un gozoso exceso en la historia y celebraciones de esa familia teatrera, que representa la alegría de vivir, y la del obispo luterano que es paradigma de represión, maldad y farisaico puritanismo; la vieja pugna entre la luz y la oscuridad observada por fantasmas.
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