Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Cuando era vicepresidente de los primeros gobiernos socialistas, Alfonso Guerra era el primero en llegar a la sala de La Moncloa los viernes en que había Consejo de Ministros. Lo cuenta Jorge Semprún en 'Federico Sánchez se despide de ustedes: «No estaba allí porque, viviendo ... como vivía, en el recinto del palacio presidencial, le fuera fácil llegar el primero. Era una soledad ostentosa, dramatizada, cuidadosamente puesta en escena». Me he acordado de esa descripción con motivo de la conmemoración de la victoria electoral del 82 en la que Alfonso Guerra ha hecho una ostentación de soledad un tanto distinta a aquella de los años 80, pero no menos teatral pues, sin duda, ha sido el gran ausente de la fiesta sevillana. Y es que no hay nada menos eficaz que el ninguneo. Si el personaje no es relevante, nadie lo echa de menos y la afrenta se queda en nada. Si lo es, el ninguneo se convierte en un homenaje a éste, que es lo que ha sucedido en este caso.
Esa hipocritona alusión de Felipe a la mano que alzó la suya en la ventana del Palace sólo sirvió para resaltar la ingratitud y la vanidad sin alma que ha regido siempre en la política española. Lo que hoy Felipe González y Pedro Sánchez le han hecho a Alfonso Guerra es lo que Alfonso Guerra y Felipe González le hicieron en el Congreso de Suresnes a Rodolfo Llopis, el que había sido durante tres décadas secretario general del partido en el exilio. Resultaba más que obvio en aquel 1974, en el que la salud del dictador ya daba signos de grave deterioro, que el PSOE reclamaba una renovación generacional e ideológica para aterrizar en el postfranquismo. Pero el silencio nacional y ostracista que rodeó, por consigna, los últimos años de Llopis fue estruendoso. Murió absolutamente olvidado en la localidad francesa de Albi sólo un año después de ese triunfo que se acaba de conmemorar en Sevilla.
No. No está en mi ánimo entonar ninguna elegía por quien saboreó la soledad del poder y hoy saborea la soledad de sus afueras. Al contrario, más bien señalaría una paradoja: la figura de Guerra sintoniza más que la de Felipe con el espíritu del sanchismo y las viejas lacras de ese partido. Si hay un antecedente en la trama clientelar andaluza que ha puesto en evidencia el caso de Griñán y Chaves está en el despacho oficial que ocupaba Juan Guerra. Si hubo un pionero en demonizar al PP, fue Alfonso Guerra con su famoso «que viene la derechona». Si la «soledad del poder» de la que hablaba Semprún creó escuela, es Sánchez el mejor alumno. Quien a hierro mata a hierro muere. No deja de resultar curioso que quien acuñó el famoso «el que se mueve no sale en la foto» haya acabado fuera de la foto por eso, por moverse.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.