En la canción española ha tenido tradicionalmente mucho peso, mucho predicamento, mucho aplauso el gorgorito. Se ha pensado siempre que una voz no era realmente ... una buena voz si no hacía piruetas y meandros, flexiones y extensiones, quiebros y requiebros. Y así se decía que Antonio Molina, 'el jilguero de Totalán', o Joselito, 'el pequeño ruiseñor', ponían mucho sentimiento cuando lo que más bien ponían era resistencia laríngeo-bronquial. Se confundía lo lírico con lo físico. Esto es así hasta el punto de que Joan Manuel Serrat y Montserrat Caballé alcanzaron la gloria gracias a que supieron lidiar con esa perversa confusión nacional y le dieron al gorgorito un buen baño de nuevo diseño barcelonés. El primero democratizó el gorgorito, le puso un aire paisano de barrio. La segunda lo aristocratizó con el fiato, esa técnica vocal y respiratoria consistente en sostener una nota en el aire sin tomar aire. Curiosamente, la última renovación del gorgorito ha venido también de esa metrópoli mediterránea con Rosalía, que pone en la copla española unas gotas de rap o de trap, y con Inés Arrimadas, que se estrenó en los platós de la política catalana con unos 'Suspiros de España' que causaban, en el resistente y sufrido auditorio del Partido de la Ciudadanía, la misma sobrecogida emoción que Estrellita Castro en la España en blanco y negro de los años treinta.
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Inés Arrimadas ha sido algo así como la Estrellita fugaz de la rebelión contra la rebelión secesionista. Ha sido una Rosalía de la política que nos encandiló con sus trinos constitucionalistas, su virtuosismo vocal, su falsete ideológico, sus gorgoritos, pero que no soñaba con frenar al nacionalismo sino con triunfar en los escenarios nacionales en los que se acaba de pegar un batacazo que tiene mal remedio. Y tiene mal remedio porque su torpe salto de la resistencia cívica a la resiliencia sanchista es algo más que un gorgoritero y fallido do de pecho. Es la constatación de una evidencia que algunos se han resistido hasta ahora a ver: que también hay un populismo constitucionalista. Lo triste es que ha elegido, para ese experimento de autopromoción de su carrera artística, un partido que sigue siendo absolutamente necesario en España y que hasta hace poco representaba la imprescindible tercera vía entre el cutrerío de la izquierda y el pijerío de la derecha; ese sentido social que ya no encarna el PSOE y ese liberalismo moderno, sin caspa ni agua bendita, que aún el PP no ha sabido encarnar.
El gorgorito no es sentimiento. Es complexión torácica. A Antonio Molina le provocó una fibrosis pulmonar. El gorgorito te puede llevar a la tumba. Yo creo, sí, que en España está sobrevalorado.
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