Esta semana leemos que una empresa se ha ido a otro país a realizar un gran proyecto de inversión, quizá porque aquí no se lo hemos puesto fácil. Es, sencillamente, economía de mercado: todos podemos elegir dónde hacemos la compra. Si en un supermercado alemán ... de nombre corto e impronunciable nos dan lo mismo más barato, muchos priorizarán el bolsillo frente a lo patrio. ¿Por qué una empresa no habría de hacer lo propio?

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Además, está ese mantra de proteger la pequeña empresa y demonizar la grande. Y es supercorrecto el planteamiento de que quien más gana, que más contribuya, por supuesto. Pero si ya pasamos de subirle impuestos a tenerle manía, malo.

Y es curioso cómo puede cambiar el apoyo social de una empresa pequeña a una grande, cuando no debería haber mucha más diferencia que la numérica entre ellas. Porque si Fulanito pide un crédito y pone un supermercado con cuatro empleados, es un tío emprendedor. Una persona que se preocupa de la sociedad. Un héroe. Ahora… que no le vaya demasiado bien, claro. Porque como Fulanito se deje la vida y dé con la tecla levantando un imperio de 50 supermercados con 600 empleados, cuidado. Porque Fulanito puede pasar de héroe a villano en un momento. Y deberá aceptar pagar más impuestos que antes, claro.

Pero si en lugar de fomentar que siga construyendo algo mejor y que contrate a más personas, le ponemos palos en las ruedas, ojo, porque Fulanito se nos cambia el nombre a Frederick y se nos va a otro lugar. A Alemania, por ejemplo. A poder desarrollarse mejor y así poner sus productos más baratos. Y conseguir que usted y yo, por tanto, decidamos comprar en sus supermercados.

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