Hubo un tiempo en el que día sí, día también, se ocupaban los periódicos de la situación de la mujer en Afganistán. Era una de las cuestiones medulares que justificaban la intervención de las potencias occidentales en el lejano país asiático: devolverles a las féminas ... afganas la dignidad que siempre les negó la cultura ancestral en extensas áreas del país y que los talibanes redujeron aún más cuando se hicieron con el poder y edificaron su teocracia sobre las ruinas humeantes de un Estado devastado por la guerra civil subsiguiente a la derrota de los invasores soviéticos.
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En aquellos remotos días, de los que en realidad no hace tanto, se deploraban costumbres como los matrimonios forzados de niñas o las dificultades que se oponían a la mujer para acceder a la educación y a partir de ahí a un espacio de igualdad en la sociedad afgana. Se celebraba que gracias a Occidente se había logrado que esta situación se corrigiera: había mujeres jueces, diputadas, incluso deportistas. Era nuestra mayor proeza, haber rescatado al menos a una fracción de la población femenina del país de su espantoso destino como animales domésticos. Y más allá de que siempre está algo feo envanecerse de la propia hazaña, y de que la emancipación de la mujer afgana distaba de ser un fenómeno generalizado y repartido por igual por todo el territorio, no le faltaba legitimidad ni fundamento a esa afirmación.
Desde que dio comienzo este gris otoño de 2021, las mujeres afganas han vuelto a ser invisibles. Las consideraciones de orden geoestratégico, o más bien la fatiga y el desfallecimiento de sus supuestos redentores, tras veinte años de ocupación infructuosa, aconsejan no ponderar con tanto ahínco su tragedia. Tampoco la necesidad de rescatarlas de ese infierno al que las condenan las prácticas abusivas y demenciales de muchos de los hombres a los que se encuentran sometidas, empezando por esos estudiantes coránicos que se han vuelto a adueñar del país. Abandonadas a su suerte, volverán a sus cielos las más oscuras golondrinas.
Quien quiera conocerlas, tiene una excelente oportunidad en la lectura de 'Flores para Ariana', la estremecedora novela que ha escrito el periodista Antonio Pampliega sobre los testimonios de lo que sufrieron afganas reales bajo la anterior dominación de los talibanes. Con horrores como arrojarlas desde altos trampolines a piscinas vacías para que la caída decidiera si merecían vivir. Con este libro, Pampliega honra una de las funciones mayores de la literatura: hacer visible lo que no se puede o no se quiere ver.
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