Estoy en la cocina de casa, tan tranquilo, pelando lentamente una manzana y de repente suena el teléfono. El fijo, para ser exactos. Lo primero que pienso es que probablemente se trate de una llamada publicitaria y dudo si cogerlo o no. Al final, lo ... cojo. La verdad es que no sé por qué, pero lo hago. Tenemos una máquina interior que toma decisiones rápidas por nosotros y, a menudo, no son buenas. Digo: ¡diga! Y nada. Lo vuelvo a decir por duplicado: ¡diga, diga! Y tarda en oírse una voz al otro lado. Por fin, dice: soy Oswaldo Distante. Le digo: se le oye muy distante. Y entonces me dice que tiene una buena noticia para mí. Así que le pregunto: ¿de parte de quién? Y me contesta que de parte de mi compañía de suministros. ¿Se trata de publicidad no deseada?, le pregunto a continuación, tal vez con un cierto retintín de impertinencia. Y entonces finge que no sabe qué contestar y tose un poco. Como si la publicidad fuera alguna vez deseada.
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Pero bueno, Oswaldo intenta convencerme de que mi compañía de suministros está deseando con verdadera impaciencia cobrarme menos dinero por la misma cantidad de energía, Lutxo. ¿Tú crees que eso puede ser verdad, viejo gnomo? No lo sé, pero, cada vez con más frecuencia, siento que este mundo ya no es el mío. Así que le digo: disculpe, señor Distante, pero últimamente hay mucho timo por todas partes y mis asesores me han aconsejado que no acepte más gangas por teléfono, lo siento. Y acto seguido cuelgo con decisión. Sin sentirme culpable. A mí no me la pegan, me digo a mí mismo, tratando de recuperar un poco de autoestima.
Bueno, pues, no obstante, al día siguiente caigo en la trampa de un timo por el móvil. Muy bien hecho, eso sí: los diseñan de maravilla, caes como un ceporro. El caso es que me apresuro a introducir candorosamente el número de la tarjeta visa. Y junto al número, todos mis datos. Hasta la fecha de caducidad, ¿no es enternecedor? Intentas no sentirte estúpido, pero hoy en día es difícil, claro. No me extraña que ahora haya tanto psicólogo y tanto gabinete terapéutico intentando levantarte la moral como sea.
De modo que, poco después, llamo al gestor del banco y le cuento lo que me ha pasado para que cancele mi tarjeta lo antes posible. Y el gestor me dice que no soy el primero. Por lo visto, Lutxo, tienen que cancelar varias tarjetas cada día, por una razón o por otra, le digo. Y entonces, medio bostezando, dice: hay mucho timo. Y le digo: pues eso era lo que te estaba yo diciendo, Lutxo, que hay mucho timo. Que hay tanto timo, que ya no sabes qué es un timo y qué no. Esa es la cuestión, dice él imitándome.
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