Tragicómicos somos todos. Unos más trágicos y otros más cómicos, eso sí. ¿Tú, por ejemplo, refunfuñas a menudo? Refunfuñar significa emitir voces confusas y palabras mal articuladas o entre dientes, en señal de enojo y desagrado. ¿Me vas a decir que tú no refunfuñas nunca? ... Todos refunfuñamos de vez en cuando. No obstante, claro, unos más y otros menos. Como siempre. Y luego están los que refunfuñan mucho o demasiado, como el enanito gruñón. Apenas se les entiende lo que dicen, pero se muestran muy enfadados, con el ceño muy fruncido y una hosquedad algo amenazante e indebida.
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Como el señor Mayor que, el otro día, aprovechando unas circunstancias que le eran favorables, salió en todos los medios poniendo en duda, desde un posicionamiento retrógrado, la evolución de las especies. Dijo que era una teoría. Como si no estuviera probada. Y eso hay que corregirlo, me temo. Es nuestra obligación, qué le vamos a hacer. La evolución biológica no es ninguna teoría. La verdad sola vale la pena. Y vale la pena defenderla por sí misma. Se puede mentir por motivos e intereses diversos, vale. Todos ellos, probablemente, algo torcidos, por supuesto. Pero para decir la verdad no hace falta tener ningún motivo especial: la verdad científica vale por sí misma. La evolución biológica no es una teoría científica. La evolución biológica es sencillamente el funcionamiento de la vida en este planeta, desde que hace unos 4.000 millones de años surgieron, debido a ciertos cambios en las condiciones atmosféricas, los primeros organismos unicelulares.
Cuando yo tenía cinco años estábamos, tal vez, mucho más cerca del paraíso que ahora. En mi pueblo aún se usaba el arado romano, que en el fondo era muy parecido al arado mesopotámico. Yo lo vi. Pero eso tampoco quiere decir nada. Aquello solo fue algo que tenía que pasar para llegar hasta aquí. Como había que pasar por todos los siglos anteriores para llegar al XX. Y luego atravesar el XX como se pudo para alcanzar el XXI. Pretender atemorizar a las buenas gentes con el propósito de detener o ralentizar el proceso de las investigaciones científicas es algo que siempre se ha intentado. Pero no sirve de mucho, como demuestra la Historia.
Hace solo unos meses, Geoffrey Hinton, al que llaman el padrino de la Inteligencia Artificial, decía que no siempre habrá un humano al timón. «La IA descubrirá que, para lograr los objetivos que le pedimos, lo mejor será asumir el mando y dejarnos fuera de la toma de decisiones», eso decía, Lutxo, viejo amigo, le digo a Lucho. Y me suelta: Esperemos que sea para bien. Tragicómicos somos todos, qué remedio.
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