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Toda sociedad genera sus víctimas. Y eso tiene mucho que ver con los chismes, creo yo, le digo a Lutxo en el Torino. Y ahora más que nunca, me responde. Y tiene razón. Los chismes, las murmuraciones, el cotilleo, los juicios de la tribu, todo ese runrún censurador, la crítica mordaz, incluso el infundio y el sarcasmo hiriente, sin olvidar el acoso y la calumnia criminal, claro, todo eso, esa presión social de fondo, forma parte de la civilización humana desde que éramos nómadas. Siempre ha estado. Para bien y para mal. Constituye la salsa densa y picante en la que nos hemos recocido a fuego lento durante milenios. Eso nunca desaparecerá porque es intrínseco a la especie humana. Probablemente, sin eso no habríamos llegado hasta aquí: hasta la edad de las pantallas interconectadas.
Las habladurías, los comentarios e incluso la burla son, hasta cierto punto, necesarios: atan lazos. Crean redes. Generan conflicto, pero generan comunidad. Víctimas siempre las hay, claro. Eso sí. Siempre las ha habido, quiero decir. Y siempre las habrá, creo yo. No imagino lo contrario. Ahora bien: ahora, en estos tiempos, más. Víctimas, digo. Esa es la cuestión. En estos tiempos, por las redes sociales o por lo que sea (por la globalización de los ídolos, por el exceso de visibilización, por la presión ambiental de todo tipo), las víctimas se están multiplicando de un modo, por decirlo sin mucho alarmismo, preocupante. Y si no lo quieres ver, no lo ves. Vale. No obstante, si lo quieres ver, lo ves. Y resulta un poco aterrador.
Perdón por lo alarmista del calificativo. Pero a mí me deja atónito ver al auge de las psicopatologías. El 'boom' de la depresión. Contemplar la velocidad a la que avanza, a eso me refiero. Observar cómo se diversifican las fobias y cómo empiezan a manifestarse a unas edades cada vez más y más tempranas. Hasta en niños. Niños deprimidos: ojo con eso. Pero bueno, supongo que al final nos adaptaremos. A soportarlo, quiero decir. Nos adaptaremos, por aterrador que sea. Esa es la cuestión. Las nuevas tecnologías, las redes sociales, las hipnóticas pantallas, los videojuegos, los fascinantes móviles y ahora o muy pronto las gafas de realidad virtual y el poder de la inteligencia artificial para general fantasías hiperrealistas, aíslan, absorben la mente, crean modelos y actitudes fantasmales, alejan la vida de los cuerpos, propician la sociofobia y están complicando la forma de relacionarse de las nuevas generaciones.
Pedagogos, psicólogos y psiquiatras juveniles van a tener mucho trabajo. Ya lo tienen. Pretender no verlo es una opción, supongo. Pésima, claro.
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