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Hay otros mundos, pero están en este, sí. Ahora bien, algunos de esos mundos es mejor no conocerlos, Lutxo. Como el de los traficantes de armas, por ejemplo. ¿Te imaginas que lo supiéramos todo de esa gente? Dónde viven, quiénes son sus amigos, a qué ... dedican el tiempo libre. Los traficantes de armas serán gente rica y distinguida, yo eso no te lo niego, dice Lutxo, y seguro que viven en palacios y se codean con reyes, pero ellos no tienen la culpa de que el 'homo sapiens' sea una especie belicosa, razona el cenutrio.
En fin, estamos ahí, Lutxo y yo, un día más en el Torino, viendo pasar la guerra y de repente, sin más ni más, me acuerdo de aquella vez en que, durante el servicio militar, me llevaron al hospital por algo no muy grave y cuando se dieron cuenta de que mi sangre era del cero positivo me empezaron a sacar frascos y frascos hasta que perdí el conocimiento. La enfermera se hacía la simpática. Todavía recuerdo ese detalle. Pero llenó unos cuantos de aquellos frascos. En fin, nada como los viejos tiempos.
¿Tú crees que somos una especie belicosa, Lutxo?, le pregunto. Pero no sé por qué lo hago. Claro que lo somos. No sé si fue Oppenheimer o Einstein el que dijo que el Estado era para las personas y no las personas para el Estado. Y me dice: ¿has visto la frialdad con que ha exhibido Putin la eficacia de su refinado talento para el crimen? Y le digo: pero la gente normal aborrece la guerra. Y dice: la gente normal vive en Estados. Vivimos en un mundo en el que la mayor industria es el tráfico de armas. Los mayores productores son EE UU, Rusia, China y Francia, le digo. Pues ahora se tienen que estar forrando, dice él.
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