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Un día, tal vez un lunes, decides no decir más tonterías. Te dices a ti mismo que ya has dicho muchas y te propones no decir ninguna más. No obstante, acto seguido, abres la boca y vuelves a decir otra tontería de las tuyas. Porque ... es muy difícil no decir tonterías. Admitámoslo. Y, en especial, es muy difícil no decirlas sin querer. O sea, como sin darte cuenta. Porque queriendo tampoco las dices. Las dices a lo tonto: quizá por eso sean tonterías. Ahora bien, las tonterías son el líquido amniótico de la humanidad y representan nuestro elemento, Lutxo. Nos alimentamos de tonterías, le digo, ¿no es maravilloso? Y me suelta: Somos muy civilizados hasta que dejamos de serlo.
Pero bueno, el caso es que la mañana no está mal. Incluso ha salido un poco el sol. Lo inevitable es que Milei ha pasado por aquí y ha dejado huella. Como se había propuesto. Así avanza la Historia. Milei me recuerda a Berlusconi. Su segunda esposa, Verónica Lario, poco antes de divorciarse de él, dijo que había convertido la política italiana en una basura. Y por aquel entonces, en 2010, Zizek predijo: «El futuro de la democracia es Berlusconi». Y dijo que los tres ingredientes de su coctel eran el nacionalismo populista, el liberalismo tecnócrata y las payasadas a mansalva. Esa es la fórmula. El nacionalismo populista y las payasadas a mansalva son las dos caras (la cómica y la trágica) del señuelo, del engaño. El liberalismo tecnócrata es lo que hay detrás. Y los personajes de los que se está sirviendo ese liberalismo para conquistar el poder global son grotescos y agresivos. Pretenden desterrar la solidaridad del mundo con el voto de la buena gente. Lo harán.
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