He visto las imágenes. Son las de siempre. Estampas bíblicas. Si las quieres ver, las ves. Si no las quieres ver, no las ves, claro. Es cuestión de poner conciencia en la voluntad, nada más. Cientos de miles de palestinos caminando a pie. Con sus ... hijos pequeños en brazos: los que viven. Con todas sus pertenencias a la espalda, en la mochila. Queriendo regresar al norte de Gaza. Sabiendo que, si llegan, encontrarán ceniza y más ceniza sobre sus viviendas arrasadas, ausencia de hospitales. Otro Éxodo más. Otra 'Nakba' para la historia de la infamia de la especie. El cuento de nunca acabar. Intento imaginarme a mí mismo yendo ahí. Siendo uno de ellos, caminando en esa caravana dolorida. A mi edad, no aguantaría ni una semana, creo. Una vez estuve visitando el interior de un campo de exterminio nazi, en Alemania. Vi los barracones, la cámara de gas, los hornos crematorios, e intenté lo mismo: imaginarme uno más, atrapado ahí. Te quedas sin palabras, eso lo primero. Como mucho, piensas que hay algo inhumano en la naturaleza humana. Y ese pensamiento es un abismo de fuego helado imposible de atravesar sin consecuencias.

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Quizás alguno de los descendientes de aquellos que sobrevivieron al genocidio alemán y fueron enviados a Palestina en julio de 1947, en un barco llamado precisamente 'Exodus', con el propósito de fundar el Estado de Israel, hayan tenido algo o mucho que ver en este nuevo genocidio de ahora. Vueltas que da la vida. Está visto que los genocidios y los exterminios, por muy inhumanos que sean, forman parte de nuestro estilo de vida: nunca nos libraremos de ellos, al parecer, Lutxo, le digo. Y me suelta: Esperemos que sea para bien.

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