Urgente Un incendio en un bloque de viviendas desata la alarma en Basauri

Ya no quería seguir viviendo», confesó la pobre duquesa de Sussex a Oprah Winfrey, supongo que con gesto compungido. Y digo que lo supongo porque no pude ver la explosiva entrevista, pero una frase así solo se puede decir con gesto compungido. Tanto si es ... cierta como si es falsa. De hecho, si es falsa, el gesto tenderá probablemente a ser aún más triste y bello. En eso consiste el sesgo dramático que impera en la cultura televisiva. Yo no la vi, pero solo en EE UU vieron la entrevista 17 millones de personas. No está mal. De todas formas, al margen del dineral que ganó la cadena en esas dos horas de 'show', o las especulaciones sobre los buenos millones que se embolsaron Meghan y Harry, lo importante es que la plebe sigue mirando a la realeza inglesa como siempre. Eso no cambia, es el estilo del mundo. Los pobres siempre admiran a los ricos, sean quienes sean. Los de abajo siempre alzan los ojos fascinados por el glamour de los de arriba, aunque sean alimañas abyectas. La gente normal se interesa por saber cómo viven y cómo se aparean y reproducen, y cómo, acto seguido, se son infieles o se separan las élites del mundo, aunque sean corruptas. Nos encantan las novelas y los cuentos. Nos chifla la fantasía: no podemos vivir sin ella. Y la realeza inglesa (y las demás realezas que la imitan) ya ha comprendido que su papel, en los tiempos de las cámaras infinitas, las redes viperinas y la libertad de expresión, es representar teatralmente la farsa del poder y servir de carnaza diaria a la avidez de las pantallas, mostrando sus miserias y sus tragedias bañadas en oro para emocionar y divertir (y a ser posible, amansar) al pueblo soberano.

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